Lo que por miles de años fue considerado un mineral, el escritor naturalista Plinio, el Viejo, en el año 77, lo situó como una resina endurecida, que pertenecía por lo tanto al reino vegetal. Se trata del AMBAR. Los griegos descubrieron en el ámbar propiedades eléctricas, mientras que los habitantes de la tierra de hace más de diez mil años lo usaron como ornato y amuleto. Los paleontólogos de nuestra época encuentran en la resina una fuente inagotable de información, y los escultores de hace medio milenio hallaron material digno para sus obras. Al ámbar también se le atribuyen propiedades medicinales, y como incienso tiene un aroma exquisito. En el comercio de la antigüedad, a esta gema se le llamó el Oro del Norte, pues tenía tanto valor como aquel metal.
Hoy, el ámbar tiene diferentes cotizaciones dependiendo de las inclusiones, se trata de aquellos elementos que quedaron atrapados cuando la resina proveniente de coníferas se solidificó. Hay, por ejemplo, insectos que vivieron hace millones de años que, al posarse en la resina no pudieron separarse quedando como en un sarcófago transparente. Lo mismo sucedió con plantas, maderas y aire. Y curiosamente, por el aire contenido en alguna masa de ámbar, los científicos han llegado a determinar que el de hace ochenta millones de años contenía el doble de oxígeno que en el presente.
Aunque el ámbar tuvo su formación en tierra firme, debido a los desplazamientos de continentes y las corrientes de los ríos, al desprenderse la resina de las coníferas fue transportada ya solidificada a diferentes sitios, algunos muy lejanos de su lugar de origen. La mayor parte de los yacimientos ambarinos se localizan en costas y riberas de ríos arenosos, como el Vístula, en Polonia. En el mar Báltico, entre Alemania, Polonia y Lituania, es donde se encuentra la mayor concentración de esta gema, aunque también se han hallado con menor volumen en Sicilia, Rumanía, Burma, Canadá, Costa Atlántica de Estados Unidos, República Dominicana y en el Estado de Chiapas en México.
Muchas obras de arte se han creado con el ámbar, entre ellas: la Madona, esculpida a mediados del siglo XVI, la Madona colocada en un gabinete del siglo XVII, cofres de diversos tamaños y decorados con variedad de figuras, altares y … ¡hasta una habitación completa! En 1701, el Rey Federico de Prusia decidió tener una habitación como nunca otro monarca hubiera tenido. Ni de oro, ni de plata, pero sí de ámbar. Los artesanos y escultores tardaron doce años en completar tan magnífica obra, que después de pasar a manos de Pedro I, Zar de Rusia, fue escondida para prevenir destrozos de los revolucionarios de la época, terminando tal belleza desmantelada y guardada en cajas, o quizá versión de algunos, quemada durante los años de la Segunda Guerra Mundial.
En cuanto a las alhajas, su producción es ilimitada, desde los collares de cuentas de estilo barroco hasta los más sofisticados ornamentos con inclusiones de insectos, pequeñas ramas de árbol, astillas de madera o burbujas. Toda una belleza de creaciones para su lucimiento. Y paradójicamente: lo que la tierra y el mar conservaron en su estado natural durante millones de años, en los museos las piezas de arte en ámbar sufren gravísimos deterioros en sólo un siglo de permanencia. En muchos museos de Europa los valiosos objetos de ámbar están opacos por la oxidación, tornándose tan delicados que difícilmente se pueden tocar sin correr el riesgo de que sus placas escamosas se conviertan en polvo. Destino cruel para una gema que en un remoto tiempo fue considerada tan valiosa como el oro.