Con voz algo chillona, Vanidad empezó a relatarme sus experiencias en el Siglo XIX: “¡Fuera ropa! gritaron las europeas a principios de 1800, manteniendo la modalidad implantada por el pintor Jacques-Louis David durante 15 años más. El modista Leroy cobró fama con los modelos confeccionados para la emperatriz Josefina y su corte, y te cuento que ahí empezó su ascenso la llamada alta costura. Este nombre se lo puso Moda, pues, como notarás, todos los diseños fueron creados para las princesas europeas. Uno de los modelos que impuso fue el de los cuellos de encaje alrededor de los hombros, formando abanicos con escotes muy amplios. Acortó las faldas una cuarta, por consejo mío, y mantuvo el talle alto. Los chales de cualquier clase de tejido fueron lucidos con exquisita delicadeza y coquetería, como ya te había contado”.
Moda aprovechó una pausa de Vanidad para continuar con el relato a su modo: “Otro elemento de aquella moda llamada Imperio, fue el spencer, al que describiré como el antecesor de tus modernas chaquetas cortas o boleros…”. De pronto, Vanidad, con su característica risa y haciendo ademanes, dijo: “Yo…yo…déjame contar lo que sigue porque si no, aquí muero… esto te va a causar tanta risa como a mí, pues resulta que la moda de los spencers fue iniciada por los varones, pero como consecuencia de un accidente que yo presencié: en una de las muchas reuniones a las que era invitada y a cierta hora de la noche, empezamos todos a percibir un olor a quemado y a ver humo por la estancia. Nos dimos cuenta de lo que pasaba cuando alguien gritó angustiado: era el grito de lord Spencer, de la realeza inglesa, a quien se le ocurrió calentarse de espaldas a una chimenea sin darse cuenta de que el fuego podría alcanzar los faldones de su frac, lo que así sucedió. El lord, después del susto, asumió su carácter muy formal y dijo que a su nuevo modelo recortado le pondría spencer para recordar el chusco accidente. No es necesario contarte que la mencionada chaquetilla se hizo muy famosa, tanto para hombres como para mujeres”.
Moda y Vanidad, los seres etéreos que me han acompañado a lo largo de esta pequeña historia de la indumentaria, contando sus experiencias y anécdotas, no se quedaron cortas al hablar de la transformación de las mangas de los vestidos femeninos. Contaron que a partir de 1816 las hubo de globo, que dejaban al descubierto los brazos; las de balón, que abombadas, todo cubrían; las de mameluk, largas y con ligaduras para formar pliegues, y las de jamón, voluminosas hasta la exageración.
En esa época, y esto lo reclamé a Moda, es notoria la repetición de los modelos pasados: la línea Imperio fue copiada de los griegos clásicos, y la usada en el siglo XVII fue reproducida 200 años después. Los brahones o ligaduras, como los lucidos en las mangas mameluk, estuvieron de moda 300 años antes. A partir de 1800, ya pocos modelos se pudieron considerar originales, aunque los tejidos siguieron evolucionando a favor de la variedad, haciéndolos más accesibles a las clases populares. Ante mi reproche, tanto Moda como Vanidad se disculparon diciendo que la influencia humana era muy fuerte y ellas no podían imponer su voluntad sino únicamente “sugerir“ opciones y que precisamente en esa época nadie las aceptaba. Vanidad siguió hablando acerca de las mangas y aclaró que después de la euforia de la ropa ligera, reapareció en ese siglo la falda larga y amplia, estrechando en consecuencia el talle con el uso del corsé. “A mediados de siglo, continuó diciendo, las telas crinolizadas para faldas adquirieron su máxima popularidad igual que los caballos…“
-¿Los qué?, pregunté intrigada- “Si, si, los caballos, pues utilizaban sus crines para mezclarlas con tela y hacer los extraordinarios acampanados.
A este género se le llamó en Filipinas medriñaque y en España miriñaque. Para obtener vuelos más amplios, se ayudaban con armazones de aros de acero, quedando el nombre de miriñaque a todo el conjunto: tela y armazón. Otra tela que se hizo muy famosa fue el tartán, de origen escocés, hecho de lana con cuadros o listas cruzadas de diferentes colores, cuyo uso, recordarás, se remonta dos mil años atrás en Escandinavia. ¿Qué te parece?“.