El Siglo XX nació, y con él la moda, la elegancia y lo “chic” tomaron su lugar en el mundo del vestir. “Me alegro que hayas tocado este tema –dijo Moda-, pues muchos piensan que esas palabras son mágicas, que los trasladan a sitios alcanzados por muy pocos, pero visualizados por un gran número. Cuando algunos hablan de la moda, le dan todos los significados posibles. Otros, sin embargo, consideran que no significa nada, que carece de bases para aplicarse. Pero aún así, el término moda se aplica por doquier: trajes, adornos, peinados, muebles, autos, ¿cómo explicas su influencia?… la gran mayoría ha querido protestar contra lo que llaman mis caprichos, que catalogan de absurdos, incómodos y tiránicos, pero al final terminan obedeciendo ciegamente. Y te confieso que no hay influencia mía que en su principio no haya sufrido rechazo para luego considerarla distinguida, elegante y en determinados casos juvenil o al día”.
Vanidad no pudo resistir el deseo de intervenir: “En el siglo XIX el poeta Gustavo Adolfo Bécquer citó algunas condiciones para llegar a ser una mujer a la moda: debía tener alrededor de treinta años, parecer agradable, aunque no necesariamente bonita, ser rica, libre y poseer talento. Otros observadores de la misma época dijeron que la elegancia semejaba una escultura por su belleza, pureza y la gracia de sus líneas. Y Bécquer aseveraba que la hermosura se siente, la elegancia se discute. Te contaré un secreto: la palabra chic la inventé yo. Claro, que en aquella época nadie lo supo y especulaban que era una locución esencialmente parisiense que significaba pintoresco, coqueto, sutil, de buen gusto, supremo e imprevisto. Acertaron en esos calificativos aunque yo hubiera querido que pensaran en mí, en Vanidad, como sinónimo de chic, de moda y de elegancia, pues estas tres palabras continúan en el vocabulario del mundo, honrándome y, sin que nadie adivine por qué casi todos los hombres y mujeres quieren participar en ellas, como el traje sastre femenino que he mantenido dentro de esos conceptos“ –terminó diciendo con sumo orgullo.
De 1900 a 1913, la moda internacional giró en remembranzas de siglos anteriores: volvieron los trajes bautizados como Directorio
del siglo XVIII, los llamados Imperio del XIX, y los estilos griegos. Pienso que en esa etapa Moda y Vanidad estuvieron de vacaciones, pues no hubo grandes novedades en el ámbito de la moda del vestuario.
“Un momento –gritó molesta Vanidad-, yo subí la falda en esa década, claro, que sólo fueron 10 cms. pues la moral imperante no aceptaba más”. De inmediato intervino Moda: “En ese primer decenio se hicieron presentes los diseñadores que trataron de mejorar lo ya creado. Paul Poiret, por ejemplo, diseñó modelos que no necesitaron el corsé, subiendo y bajando la línea del talle a su antojo, libertad que yo le dí, por supuesto.
Otra de sus innovaciones fue el contraste de colores muy vivos, esto desde luego gracias a Vanidad. Rompió con los tonos pastel y lanzó los rojos, verdes, amarillos, violetas y azules fuertes, combinándolos entre sí con estampados muy agresivos de dos vistas que fueron lucidos en las noches de gala del Maxim´s, en París. “La falda-pantalón también fue introducida por Poiret para ser lucida como traje de calle“ –gritó Vanidad.
Moda retomó el tema y comentó: “Las pieles que durante largo tiempo se llevaron de forro hicieron su aparición en chaquetas, abrigos o capas como signo de elegancia y alto poder adquisitivo. Los terciopelos cobraron fama, y fue creada una tela gruesa con hendiduras llamada pana. Las telas de colores desvanecidos, como se volvieron a usar a finales del siglo, dieron el toque sutil a los nuevos diseños de la centuria que empezaba”. “Déjame contarte algo –cortó Vanidad-, el bastón se puso de moda gracias a la norteamericana señorita Roosevelt, pero no sólo cobró fama por ella sino por las ratas y perros callejeros…sí, sí, no te asombres -dijo al mirarme-. En Europa abundaban estos animales, por lo tanto, el bastón sirvió no sólo para ayudar a caminar, sino para espantar a los molestos y peligrosos animales”.