Los discretos bonetes empleados en la última década del siglo XIX cayeron en el olvido, tomando su lugar sombreros adornados con plumas de avestruz, aves completas, grandes ramilletes o copas con telas drapeadas o abullonadas, como tratando de evocar la época de la reina María Antonieta.
A los diseñadores Poiret y Worth siguieron madame Paquin, Madeleine Vionnet, Chanel, Patou, Schiaparelli y Lanvin, imprimiendo cada uno de ellos un sello personal a sus modelos. “¿Sabes cómo logró introducirse la falda corta en el siglo XX? -preguntó Moda-. Te contaré –dijo y continuó-. Algunos estudiosos lo atribuyen a un simple deseo de la mujer hacia el cambio, pero lo cierto es que la actividad de la vida femenina exigió el recorte de tales faldas. Si las damas caminaban poco, retenidas en casa por costumbres, no importaba que los vestidos arrastraran en el suelo de sus pulcros hogares. Pero cuando las aceras de todas las ciudades se vieron invadidas por mujeres de cualquier clase social, dirigiéndose a objetivos diferentes y eludiendo las carrozas o los autos al cruzar las calles, esas mismas señoras se dieron cuenta de que las faldas hasta los pies no sólo almacenaban el polvo y el lodo, sino que eran cobijo de cuanta contaminación pudiera existir en el suelo”. “Resumiendo –dijo impaciente Vanidad-, la falda larga y voluminosa no era ni cómoda ni segura para las mujeres que desarrollaban labores diferentes a las del hogar. Por lo tanto, en un tremendo salto futurista y por supuesto motivadas por mí, al unísono se les oyó gritar: ¡Arriba las faldas!”.
Continuó Vanidad con tono picaresco: “En 1913 tomaron auge los cuellos femeninos en forma de “V”, mismos que fueron condenados por los moralistas pues los consideraron indecentes. Claro que, aunque yo alabé esa corriente, no tuve la culpa de que las mujeres fueran tan exageradas al prolongar el escote hasta la cintura”.
Moda comentó que la Primera Guerra Mundial imprimió cambios drásticos en el vestuario femenino, pues hizo su aparición el estilo militar o camisero hasta los tobillos, pero sin derrocar totalmente las formas acampanadas con volantes mostrando a la mujer más delicada y femenina.
Los hombres de principio de siglo no hicieron muchos cambios en su indumentaria, contentándose con la levita, la chaqueta americana o el esmoquin negro con chaleco y pantalón a rayas oscuras o viceversa. En este momento recuerdo lo que Moda y Vanidad me contaron una vez, cuando decidieron materializarse y asistir a ciertas bodas terrestres. Su intención era confundirse entre los asistentes y palpar físicamente su obra. Les fascinó tanto su experiencia que fue objeto de charlas casi interminables. Se concentraron en los trajes masculinos al evocar las luchas constantes que tuvieron para cambiar más frecuentemente sus estilos. “¡Son difíciles!”, comentó Vanidad con desgana.
Recordaron que el chaqué, el smoking y el frac habían sido trajes de uso común a principios del siglo XIX. El smoking, por ejemplo, fue una chaqueta que confeccionaban en terciopelo o tela brocada y era lucida por los caballeros fumadores de la época. Debido a que las mujeres siempre hacían un mohín de desagrado cuando aspiraban el humo de tabaco, los elegantes tenían una sala de estar donde podían disfrutar a pleno el sabor y aroma de sus tabacos, cómodamente enfundados en el smoking.
Vanidad hizo hincapié en que el chaqué o chaquete en español y jaquette en francés y jacket en inglés, era una prenda tan común en Francia como lo era el nombre de Jacques, y de ahí, dijo riendo, viene el nombre de chaqueta, pero en diminutivo, y agregó: “El frac tomó su lugar a finales del siglo XVIII y continua en el presente. Y la verdad es que Moda y yo deseamos conocer las razones por las cuales esas tres prendas, además de los chalecos y corbatas han aguantado el transcurso del tiempo para colocarse como el vestuario propio en eventos tan importantes y elegantes del presente, sobre todo en las bodas de artistas, de los poseedores de títulos nobiliarios y de cualquiera que se siente heredero de un pasado burgués.
Claro –siguió relatando Vanidad-, esa moda no sólo alcanzó las esferas elevadas, sino que además tiene su acogida en las bodas menos favorecidas económicamente. Y para estos casos, algunos visionarios abrieron tiendas de alquiler, donde el novio en cuestión puede hallar el traje de su preferencia, también entre la gente de altos niveles económicos europeos hay quienes alquilan sus chaqués, pues en las fotos de revistas especializadas en divulgar lo que hacen los grandes de aquella sociedad, se ven frecuentemente pantalones a rayas a los que con holgura les sobran diez centímetros de largo”. Así terminó Vanidad su relato, sin dar pauta para que Moda dijera algo, y prometió continuar hablando de trajes de boda, pero de mujeres.