Moda y Vanidad no paraban de hablar mal del sexo masculino respecto a su “mediocre” gusto -según ellas- en este Siglo XX. Moda, por fin, se dirigió a mí para comentar: “Cuando existen modificaciones en la moda femenina, generalmente suele ser el largo de las faldas lo que marca la nueva tendencia.
En la masculina, es ante todo el ancho lo que indica la línea moderna, aunque lo largo de la chaqueta y la colocación de la cintura también nos indiquen con sutileza la actualidad de los trajes. Por ejemplo, hace más de noventa años, se notaba cierto gusto por acentuar la cintura en lo alto y acortar las chaquetas. Las solapas se diseñaron anchas y los bolsillos diagonales. Los pantalones se usaron muy estrechos y con valencianas. Las chaquetas informales llevaban casi siempre cinturón y tablas traseras, y las corbatas las lucían muy anchas. A finales de los años veinte la moda cambió haciendo las chaquetas rectas y cortas con tres botones, solapas moderadas, bolsillos de cartera, pantalones rectos con valencianas y chaleco como complemento. Las corbatas, por su parte, fueron estrechas”.
Vanidad a cada respiro de Moda trataba de intervenir, hasta que por fin lo consiguió: “Fíjate que en la década de los cuarenta, la moda masculina se tornó un tanto atlética, con hombros muy anchos, talle alto y ajustado, solapas amplias y pantalones bombachos rematados con valencianas. Te diré que me sentí halagada por la forma en que los hombres aceptaron mis sugerencias”.
Con la influencia de Moda, en los cincuenta, los trajes recuperaron su normalidad, es decir sin exageraciones, pero nuevamente, a los diez años siguientes, Vanidad impuso reducir los hombros y las solapas. Las chaquetas fueron acortadas y los pantalones ajustados. El hombre adquirió un cariz delicado con esa línea, gracias a la depresión que por aquellos años sufría Vanidad. En 1969, la moda masculina aceptó nuevamente caídas naturales, sin excesos, muy parecida a la que se adoptó en 1990.
Como ya mencioné, desde épocas muy remotas la mujer ha utilizado cierto tipo de mensajes para atraer la atención del hombre y éste, por su parte, ha empleado también mensajes pero no siempre dirigidos a la mujer, sino más bien para denotar respetabilidad, y ésa es una de las razones por la que no ha dejado de usar el tradicional traje sastre y la corbata.
Recuerdo lo que Moda me dijo una vez: “He comprobado que tiene más aceptación en el ámbito de los negocios el hombre que luce traje oscuro, camisa blanca y discreta corbata que aquél cuyo vestuario consta de pantalón, camisa y suéter o una chaqueta sport. Mientras más oscuro sea el traje, el mensaje será de mayor autoridad. En cuanto a las camisas que emiten mensajes de confiabilidad, son de colores lisos y sobre todo las blancas. Las camisas de mangas cortas carecen totalmente de proyección ejecutiva. Y si el hombre desea dar a su personalidad un toque “gangsteril” deberá llevar camisa más oscura que el traje, o corbata más clara que el mismo.
Y te diré una cosa, al final de una larga historia del traje, Vanidad y yo hemos apreciado un marcado deseo de la juventud por unificar la indumentaria de ambos sexos mediante la corriente unisex. Esta moda empezó con los pantalones de mezclilla y camisetas, para luego seguir con chaquetas, chamarras, suéteres, tenis y corte de pelo. Y ahora, te hago una pregunta, ¿piensas que la moda unisex haya restado feminidad a la mujer y hecho menos masculino al hombre?”.
Definitivamente no lo creo –contesté-. En nada ha mermado la esencia natural de ambos. Es sólo un intento más de liberación de lo establecido por tantas centurias y nos deja como enseñanza que lo práctico para el hombre lo es también para la mujer, que lo económico para ella lo es igualmente para él, que la comodidad se aplica para los dos y que lo bello radica en cada individuo.