Aunque los marinos portugueses fueron los primeros en arribar a la isla Mauricio a inicios del siglo xvi, la referencia más antigua que se tiene sobre el dodo es la del viajero holandés Cornelius van Neck, de 1599, y fue el botánico Carolus Clusius quien hizo, en 1605, la primera descripción científica de esta ave.

Un dodo era una especie de paloma incapaz de volar, de cuerpo oblongo y patas cortas, que pesaba 22 kilos aproximadamente y cuyo plumaje era gris azulado. Su cabeza era grande y sin plumas; el pico era de buen tamaño, con el extremo ganchudo. Sus alas eran pequeñas y, al parecer, inútiles, al menos para volar.

Los marinos holandeses pronto lo bautizaron como walgvogel, o pájaro nauseabundo, ya que su carne, al parecer, tenía pésimo sabor. Sin embargo, bien cocinado, sirvió para alimentar a más de un buque carente de vituallas. De todas formas, no parece que fuera el consumo humano el que acabó con el dodo. En aquel entonces, los marineros tenían por costumbre dejar cerdos en las islas deshabitadas que hallaban en sus rutas, ya que éstos se adaptaban rápido y se reproducían con facilidad, transformando así las islas desiertas en despensas biológicas. Fueron estos cerdos los que, hozando en los desprotegidos nidos de los dodos y comiéndose sus huevos y sus crías, acabaron con la especie. En 1693, el explorador francés François Leguat dedicó varios meses a su búsqueda, sin hallar ninguno: el pájaro dodo se había extinguido.

Hay diversas teorías acerca del origen de la palabra dodo. Algunos postulan que fue una palabra portuguesa que significaba atontado. Otros creen que su origen está en el término holandés dodoor, que quiere decir lento o perezoso. Sea como sea, el gran naturalista Carlos Linneo, en 1770, decidió darle el nombre científico de Didus ineptus, siendo Didus la latinización de dodo, e ineptus por razones obvias. No hay evidencias que confirmen la llegada de dodos vivos al continente europeo, aunque algunos datos sugieren que nueve o diez pájaros llegaron hasta Holanda, un par a Inglaterra y uno probablemente a Génova. En la actualidad, algunos museos de Ciencias Naturales poseen esqueletos de dodo desenterrados en la isla Mauricio después de 1850, pero quedan pocas evidencias acerca de un pájaro que un día los hombres, incluso los científicos, vieron vivo.

Copenhague posee un cráneo, Praga un trozo de pico, uno de los restos de pata preservados está en el British Museum y una cabeza y una pata en Oxford, en el Ashmolean Museum. Sir Elias Ashmole,1 cuando fundó el Museo de Historia Natural que lleva su nombre, consiguió lo que quedaba de un dodo disecado de la colección de J. Tredescant.

En la actualidad, científicos de Oxford están intentando clonar un dodo a partir de los restos existentes. ¡Ojalá tengan éxito!

 

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