Moda y Vanidad hallaron su ambiente natural cuando la fastuosidad de Oriente llegó a su máximo: piedras preciosas, velos sensuales, esencias con exquisitos aromas y sedas, las que por su belleza y textura fueron introducidas por los persas a la antigua Bizancio. Vanidad se apresura a contarme lo que sucedió cuando los bizantinos se vieron privados de tan hermosos y costosos lienzos debido a la guerra que desataron en contra de los persas. Emocionada cuenta que Theodora, esposa del emperador Justiniano, puso en marcha un brillante plan para resolver el problema: utilizó a dos monjes enviados a China como misioneros. “A su regreso, -me dijo Vanidad- ¿Qué crees que llevaban consigo? … En sus bastones –explicó- introdujeron capullos y larvas del gusano de seda y tallos de morera para que Theodora iniciara su propia industria y pudiera halagar la parte que todo ser humano tiene de vanidad, es decir, de mí”, terminó contando este ser etéreo. Moda intervino entre risas para decir que aquel acto ilícito convirtió a Theodora en contrabandista, pero que, como no estaba legislado el hecho, nada le pasó.
Moda se adentró en temas más serios, recordando que en un momento de la historia el Imperio de Roma fue dividido en dos grandes fracciones, cuando ya corría la Era Cristiana. De ahí surgieron el Imperio Romano de Occidente, cuyo centro siguió siendo Roma, y el Imperio Romano de Oriente, con Bizancio o Constantinopla como sede. Vanidad esperó paciente un intervalo de Moda para relatar excitada que, al comparar el vestuario bizantino con los de Grecia y Roma, éstos últimos quedaban en la simplicidad absoluta junto a la fastuosidad de las túnicas bizantinas, exquisitamente recamadas y salpicadas con rubíes, topacios y zafiros. Los brocados de oro, la pedrería en las manos y los zapatos de púrpura ornamentados también con pedrería, colocaron a ese vestuario entre los más deslumbrantes de todas las épocas, terminó contando Vanidad.
El traje de la emperatriz era tan suntuoso como el del emperador. Consistió en camisa interior, túnica hasta los pies provista de bordados de oro y un manto por cobertura igualmente con bordados preciosos. En el cuello lucía un collar estilo valona que en Constantinopla tomó el nombre de superhumeral, exornado con perlas, piedras preciosas y complicados bordados. De la corona pendían sartas de perlas que discurrían por el tocado hasta llegar a los hombros y en ocasiones al pecho.
Vanidad quizo darme una explicación acerca del origen de la púrpura. Empezó diciendo que se trataba de una tela de lana teñida con el color que conocemos como púrpura. “…y ni sabes de dónde obtenían ese color”, intervino Moda, para luego agregar: “ese tinte, tan codiciado por reyes y emperadores, era sacado de un molusco llamado justamente púrpura. Este gasterópodo segrega pequeñas cantidades de un tinte amarillento que, al contacto con el aire, adquiere un tono verde, tornándose después rojo oscuro hasta llegar al rojo violáceo, es decir, al púrpura”.
De acuerdo a las versiones de Moda y Vanidad, uno de los adornos más característicos de los trajes bizantinos fue el tablión o clavus, confeccionado muchas veces con púrpura u otro tipo de tela muy fina y colmado de orfebrería y bordados.
El vestuario completo de un emperador bizantino del siglo VI consistía en camisa interior con diferentes bordados, túnica corta llamada sagio exornada con hilos de oro y manto paludamentum decorado con el tablión profusamente engalanado con bordados. Las piernas iban cubiertas con calzones ceñidos. Llevaba zapatos de púrpura, corona o gorro bordado cuajado de piedras preciosas y, por último, guantes igualmente bordados y recamados con perlas y piedras finas.
Todo el lujo descrito fue ostentado desde luego por la nobleza, ya que el pueblo en sí no gozaba de la misma variedad de ornamentos y telas. La prenda más popular y “unisex” consistió en una túnica corta o larga con mangas anchas tejidas de una sola pieza, es decir, sin costura en los hombros como se asegura fue confeccionada la de Cristo. Los varones vestían pantalón ajustado bajo esa túnica llamada copta proveniente de Alejandría, donde los artesanos coptos hacían tejidos que cobraron fama en la civilización europea.
Son tres los estilos bizantinos que me atraen por su belleza y perfección estética: el pallium, colocado encima de una túnica dalmática, que consiste en una pieza rectangular cubierta con perlas y piedras preciosas con abertura por donde pasa la cabeza; el escaramangium, de origen chino, muy bello, y… “¡la toga bizantina!”, gritó desde las alturas Vanidad. Es verdad, la toga bizantina, reducida a sólo una larga franja, pero bordada en exceso y recargada con pedrería. En este punto mis etéreas amigas fueron envueltas en una bruma que poco a poco las hizo desaparecer.