La India ha sufrido múltiples influencias a lo largo de su historia, una de ellas fue la de los griegos. Buda nunca habría podido ser representado en escultura debido a que los hindúes desconocían ese arte, pero lo aprendieron gracias a los griegos, logrando obras de verdadero talento muchos años después del fallecimiento de Buda. De los mongoles tuvieron influencias en la arquitectura, como lo vemos en la tumba erigida por Shah Yahan en memoria de su favorita Mumtaz Mahal. Y como siempre, fui interrumpida por la intervención acelerada de Vanidad, diciendo lo siguiente: “…y de los persas tomaron algunos de sus trajes como el izar, llamado pa’ijama en persa y que sin duda es el antecesor de los actuales pijamas o piyamas. La camisa de algodón blanco, llamada kurta, es de origen árabe. Y de los afganos sacaron el acolchado y enguatado de las prendas de invierno”.
Moda había permanecido callada, pero cuando se le ocurrió esta idea, la expuso: “¿Por qué no vestimos a un hindú? “. Vanidad soltó la risa. Yo le dije que aceptaba su propuesta, que lo hiciera y así empezó: “Primero le colocamos el dhoti, una pieza de algodón blanco con la que envuelven sus caderas, pasando uno de los extremos por entre las piernas para anudarlo atrás o simplemente recogido al frente. Luego ponemos la camisa kurta y al final lo cubrimos con el chadar, género también de algodón de unos tres metros por uno y medio. El turbante es un tocado imprescindible para los hindúes. Su colocación es tan variada como los lugares de su procedencia y, al contrario de la costumbre occidental, en la India es un grave insulto quitarse el turbante ante otra persona”.
“¿Qué opinarías si de repente tu religión obligara a tu esposo a obsequiarte alhajas con la única condición de usarlas en su presencia?”. Esta pregunta me la hizo Vanidad, luciendo una pícara sonrisa. Le contesté que me encantaría recibir alhajas, pero sin tener la obligación que menciona. Ella rió de buena gana y continuó diciendo: “Te contaré lo que me transmitieron aquellos que de boca en boca pasan las historias por largo tiempo escondidas. Nos dicen que allá en la India sus antiguos habitantes eran extraordinarios artífices. Trabajaban con suma habilidad la filigrana de oro. Las sortijas, ajorcas y collares de piedras preciosas eran de una belleza extraordinaria. Tanto era el valor que daban a sus obras, que impusieron penas y multas a los malos artífices. Y algo más: el hombre tenía la obligación, por mandato religioso, de regalar alhajas a su esposa, quien debía siempre lucirlas en su presencia. ¿Qué te parece?” –terminó jocosa Vanidad.
Muselinas, gasas, sedas y calicós fueron las principales telas con las que confeccionaban las mujeres hindúes sus vaporosos vestidos, según la versión de Moda. El sari, al igual que el dhoti masculino, se convirtió en la pieza más popular de su indumentaria. Lograban envolverse en él con exquisita gracia y en diversas formas, una de ellas consistente en hacer pasar la tela alrededor del pecho para dejarla caer con pliegues naturales hasta los pies. El resto cruzaba por encima de la cabeza, deslizándose sobre el hombro izquierdo. En sus orillas, generalmente lucían una franja bordada en oro.
Moda comentó con sabiduría que la angiya fue de los primeros modelos de sostenes que usaron las mujeres, pues se trataba de un corpiño ajustado y abrochado por detrás. Encima de la angiya se ponían la camisa kurta, y complementaban su vestuario con los zaragüelles y la falda larga llamada lhenga, sujetada en la cintura, creando un bello conjunto muy atractivo.