Las piedras preciosas son valoradas, entre otras propiedades, por su dureza, la cual está actualmente medida en la escala de Mohs. El rubí alcanza una dureza de 9, esto quiere decir que no puede rayarse lo mismo que sucede con el diamante, el cual tiene una dureza de 10.
Los rubíes puros de más de 10 quilates son muy raros y alcanzan un enorme valor. El “DeLong Star Ruby“
Los famosos rubíes Sangre de Pichón proceden de Birmania y son muy codiciados por su color rojo oscuro, ya que la mayoría rondan entre el rojo claro, el azulado o el rosado claro.
Pero el rubí, gracias a su dureza, tiene otras aplicaciones entre ellas su utilización en la fabricación de relojes.
Hace mucho tiempo los fabricantes de relojes mecánicos, sin importar la dedicación que le pusieran a sus ejes y piñones, veían que estas partes generaban demasiada fricción, lo que al final ocasionaba descomposturas.
Así como con cualquier material de metal, la fricción en los relojes también requería alguna protección suave para su buen funcionamiento.
Sin importar marcas ni otras características, los mejores relojes de la antigüedad utilizaban productos derivados del petróleo que se oxidaban y se deterioraban con el tiempo, por cuya razón poco a poco se iban haciendo menos y menos precisos.
Los joyeros que normalmente venden piezas y gemas se dieron cuenta que los rubíes eran verdaderamente resbalosos al tacto y por esa característica y su dureza le seguían al diamante, (el más duro de todos los conocidos), por lo que se convertían en mucho más duros que cualquier metal usado en la fabricación de relojes.
Durante el año de 1840, un grupo de fabricantes de relojes en Ginebra se dieron cuenta que podían usar los diminutos pedazos de rubíes obtenidos en el corte de piedras naturales al realizar joyería fina. Estos pedazos podían usarlos en el movimiento de los relojes, creando en forma microscópica las piezas necesarias para poderlas utilizar en los movimientos de relojes, al perforar con diamantes lo necesario en los rubíes para que en sus perforaciones se moviesen los ejes.
Fue en esta forma como los relojes pasaron a tener rubíes en su fabricación sin requerir nunca más el engrase acostumbrado, a pesar de que estas piezas se convirtieron en muy costosas. El número de rubíes determinaba el número de ejes con ellos y por tanto la calidad del reloj, y por ende también el costo del mismo.
Y de aquí viene el sello que colocan en cada reloj indicando el número de rubíes que tiene, los que garantizan la duración de su existencia.