Hay trajes que nunca pasarán de moda y otros que son retomados cada diez o veinte años. Pero sólo uno se mantiene a la par de los avances tecnológicos del mundo. Se trata del traje militar. Desde que el humano tomó conciencia de su ser y creyó ser dueño de todo lo que veía, empezaron las guerras y, como consecuencia, el desarrollo de las armas y los trajes de protección. Comenzaron con los escudos y chalecos para protegerse de las lanzas y, después de siglos de cambios, llegamos al presente que oculta por completo al individuo dentro de sus trajes antifuego, antibalas, antivirus, antiláser y la mayoría de «anti» que podamos imaginar.
Un día, Federico Worth, el sastre de la Emperatriz Eugenia y de todas las mujeres de la Corte francesa, vio en una calle de París a una barrendera que se alzó la falda haciéndola descansar en su parte trasera. Worth echó a volar su imaginación y creó el llamado polisón que reemplazó al estorboso miriñaque. La falda la creó lisa por delante y la trasera reforzada con una armadura de ballenas. En los repliegues traseros se ponían adornos de toda clase.