Cuando Moda se dio cuenta de que yo estaba consultando un libro acerca de la moda del Siglo XVI, rápido empezó a contarme que en aquel siglo las mangas de los vestidos tomaron volúmenes exagerados hasta llegar a confeccionarlas desmontables. “Otra exageración de la moda de aquel siglo, comentó, fue la adopción de los CHAPINES, calzado femenino con tacones o zancos que alcanzaban hasta 30 centímetros y que, entre otras cosas, servía para proteger a las damas del lodo de las calles. Las cortesanas usaban comúnmente este tipo de calzado, que complementaban con ropa semejante a la masculina, es decir, con calzones y medias de seda o paño“.
Y volviendo al tema de los calzones, Vanidad me recordó que había quedado pendiente, en la anterior entrega, concluir con este tema, por lo que no soltó la palabra: “Quiero contarte que en los monasterios donde aceptaron que los monjes usaran calzones, debían ajustarse a dos reglas: lavarlos en secreto y no secarlos ante el refectorio. Y te cuento más, en el siglo del cual estamos hablando, olvidaron la higiene del cuerpo, para embadurnarlo con toda clase de afeites, no sólo en el rostro sino en el cuello y cuerpo en general. En esos años, la blancura de la piel era considerada como la de mayor estética y elegancia, y para lograrla, hacían mezclas que iban desde huevos, trementina, azucenas, miel y leche, hasta perlas trituradas”. Así concluyó Vanidad, respirando con agitación.
Tanto Moda como yo aprovechamos ese respiro de Vanidad para recalcarle que ella fue la responsable directa del gusto de aquellas damas por la blancura de la piel y lo que realizaban para lograrla. Moda, haciendo memoria me contó: “Un día que me acompañó Vanidad en un recorrido por la Francia del Renacimiento, nos volvimos locas, pero no de gusto sino de asco a causa de la hediondez que invadía todo el ambiente parisino. Aunque la ciudad se había convertido en el centro de las ciencias, las artes, las modas y el buen gusto bajo el reinado de Luis XIV, algo que no podían controlar era el muladar en que se hallaba. Recuerdo que Hipócrates, el más famoso de los médicos de la antigüedad, había hecho ya exitosos estudios para alterar los malos humores, llegando su fama tan lejos que fue llamado por el ejército persa para que los ayudara a combatir la peste.
El método que usara el famoso médico consistió en crear hogueras con determinados elementos naturales. De ahí me vino la idea de hacer fumigaciones con vinagre caliente, pero antes debía difundir entre los pobladores la idea de que era necesaria una limpia total. Me costó mucho trabajo pero logré que separaran los panteones de las casas-habitación, que hicieran fosas sépticas y que usaran retretes privados. Las fumigaciones también las puse de moda usando sustancias olorosas de diversas mezclas y, por supuesto, de ahí al uso del perfume, cuyo significado es ‘lo que se volatiza, lo que se desvanece o se disipa en humo“, hubo sólo un paso de separación”. Así terminó Moda su recuerdo, pero Vanidad continuó:
“Me di cuenta que todo ser humano tiene un olor propio que no perciben conscientemente, pero que a través de sensaciones pueden sentir aversión o simpatía por alguien, es decir, lo que se llama ‘quimica’. Así que descubierto esto, manejé el lema de: Gustarse a sí mismo para gustar a los demás, por lo que la creación de perfumes se hizo tan personal que no alcanzaban las combinaciones para dar gusto a cuanta persona requiriese una fragancia: Esencias de pétalos, tinturas, extractos, bálsamos, resinas, vinagres aromáticos, pomadas, hasta esencias de almizcle para atraer al sexo opuesto o alcanzar un orgasmo. Todos los aromas eran condensados y conservados en hermosos frascos. ¡Bello! ¿No?“. ¡Claro que sí! Muy bello, respondí, pero continuaremos en nuestra próxima entrevista.