Una mañana cualquiera, usted despierta y se da cuenta de que no puede moverse. Intenta volverse a dormir, pero se encuentra en la más inapelable de las vigilias. Pasan las horas y su corazón sigue sin alterarse pese al pánico que lo invade; no puede pedir ayuda y, por más que intenta realizar cualquier movimiento, sigue estático. Su piel poco a poco palidece, a duras penas puede respirar, pierde el control de sus esfínteres. No está muerto pero, siendo realistas, cualquiera pensaría lo contrario. Todo acabó. Su madre entra en la habitación y rompe en llanto. Y pronto, borlas de algodón rellenan su boca, pegamento une sus labios y párpados; maquillaje, un traje negro —el más elegante del clóset— y limón en el pelo lo engalanan para su última presentación, tal como en el cuento de Poe «El entierro prematuro».

La catalepsia es un estado caracterizado por la rigidez de las extremidades, que puede mantenerlas en diferentes posiciones durante un tiempo considerable —en ocasiones por meses—, sin importar lo incómodas o antinaturales que sean. Esta reacción nerviosa ha sido considerada como un estado de inhibición, pues, en efecto, consiste en la parálisis de la actividad del córtex —lo que ocasiona pérdida total o parcial de la conciencia— y, simultáneamente, de la actividad motriz espontánea, de tal modo que el sujeto no responde a los estímulos, su pulso y respiración se vuelven lentos y, a consecuencia de ello, su piel se pone pálida.

No existe un patrón que ayude a definir los factores que originan la catalepsia, pero se ha observado que los pacientes que sufren trastornos como la epilepsia y la enfermedad de Parkinson son más propensos a presentarla. También lo son los pacientes con histeria y esquizofrenia que se encuentran bajo un tratamiento con antipsicóticos como el haloperidol.

Este trastorno es una de las causas por las que hoy en día los funerales duran hasta 72 horas; además, en las zonas urbanas es indispensable que un médico confirme la defunción, por lo que nuestra ficción difícilmente podrá convertirse algún día en realidad.

Aunque existen muchos casos documentados acerca del tema, la mayoría proviene de fuentes de dudosa calidad. Se dice que en la Guerra de Vietnam se dieron muchos casos de catalepsia en los que los soldados fueron enterrados vivos. Hay también hechos desmitificados, como el caso del actor mexicano Joaquín Pardavé, de quien se decía que, al desenterrarlo para sacar de su bolsillo un papel importante, fue encontrado boca abajo y el interior de su ataúd arañado.

Por último, un dato que, de ser cierto, resulta escalofriante: en una entrevista publicada en su página web, Natán Soláns —actor y diseñador de efectos especiales argentino— expone que el capataz del cementerio de La Recoleta le confesó que a veces los muertos «despiertan» en el crematorio y piden a gritos que los saquen. «¿Con qué frecuencia?» —preguntó Soláns—, «Cinco o seis veces al mes, y no hay nada qué hacer, porque el fuego del crematorio tardaría varios minutos en apagarse» —ésa fue su lapidaria respuesta.

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