Tal pregunta me ha aguijoneado por años; y no ha sido por la imposibilidad de encontrar una respuesta firme sino, porque creo que el planteamiento de por sí, implica un concepto de Estado y por tanto, el Estado dominicano ha debido tomar cartas en el asunto desde que los residentes fuera del país pasamos de ser el 1% de la población nacional. Actualmente hay en el Exterior, casi 2 millones de dominicanos (cerca del 20% de la población nacional), somos el 45% de la población total trabajando a pleno empleo y aportamos con las remesas, sobre los 10 billones de dólares en divisas al país anualmente.
Aunque la cantidad no sea lo mas relevante, es evidente que si tantas personas, nacionales de un país tan pequeño como el nuestro, no sienten la presencia y el respaldo del Estado y sus Gobiernos, terminarán por desconectarse del vínculo que los une a su nación, se “transculturizarán” mas rápidamente y con la muerte de sus abuelos, se romperá totalmente la conexión con nuestro país. Las consecuencias de este desastroso proceso, será la disminución gradual del envío de remesas, primero, luego la eliminación total y posteriormente, la desconexión de nuestros muchachos con sus raices.
El asunto en cuestión se complica, a partir de la realidad existente en nuestra comunidad del Exterior. Somos mayormente, un pueblo de gente trabajadora, que viene con un corazón henchido, deseos de progresar y dos laboriosas manos. Por lo general, no traemos un gran acervo cultural en la valija, pues somos una nación muy joven, de menos de 200 años de existencia; tampoco tenemos las herramientas básicas de esta sociedad y por tanto, nos cuesta hacer el crossover, la inserción total en este “primer mundo”. La barrera del idioma nos limita y perdemos un tiempo precioso “aprendiendo las nuevas reglas del juego”.
Con un escenario tan adverso, es entendible que “sobrevivir” sea nuestro primer objetivo y en consecuencia, no reparemos en los temas de carácter estratégico. Es ahí donde debe entrar el Estado dominicano, para ayudar a definir los planes y colocarnos en las mejores condiciones de competencia. Si no sabemos ¿qué somos como comunidad?, nunca podremos plantear la agenda correcta, la “hoja de ruta” que nos pueda conducir al desarrollo pleno.
Aun así, hay que reconocer que hemos tenido algunos aciertos. Pero no ha sido por la influencia del Estado dominicano en sí, ni siquiera por las acciones del liderazgo local o insular que gravita de forma parasitaria en el seno de nuestra comunidad. Mas bien, hemos escogido la correcta opción de invertir en la segunda generación, por ejemplo, solo por esas ansias de superación que nos son comunes a todos los emigrantes. Hoy día, mas y mas muchachos nuestros se están graduando en las universidades y escuelas técnicas, exclusivamente porque sus padres no desean que pasen los mismos trabajos que pasaron ellos al venir. Y eso dice mucho de nosotros; y es grandioso que así sea.
Este introito sirve para ambientar las preocupaciones que tengo sobre el empleo de la dichosa palabra denominada “diáspora”, un complemento incorrecto e imprudente del gentilicio dominicano. No se sabe con certeza cuando apareció en el vocabulario de Ultramar por primera vez, pero si sabemos que desde entonces se repite como si fuese una verdad de Perogrullo. Suponemos que es atractiva para los “líderes y comunicadores” nuestros, porque implica cercanía con los judíos, una comunidad que siempre nos ha resultado fascinante; aunque con la fundación del Estado de Israel en 1948, se suponía la desaparición del término en su alcance mas amplio.
Definitivamente la comunidad dominicana en el Exterior no es, ni puede ser, ni mucho menos nos debe interesar que se nos identifique como si fuésemos en realidad una “diáspora” y veamos el porqué hacemos tan categórica afirmación. Lo primero es que todos los textos consultados al respecto, coinciden en que existen varias condiciones muy claras, para que una comunidad sea considerada como una “diáspora”. Veamos:
El grado de dispersión
Ciertamente, “diáspora” implica algún nivel de dispersión en el mundo de una comunidad étnica, nacional o religiosa. De hecho, etimológicamente hablando, el término viene del antiguo idioma griego y es una traducción precisa de “dispersión” o “diseminación”. Está claro que los dominicanos, lo que menos estamos es “dispersos” por el mundo; nos concentramos en comunidades y constituimos de inmediato grandes nichos o “gettos”. Y si bien es cierto -como se afirma- que probablemente “haya un dominicano en cada país del mundo”, no menos cierto es que “el dominicano busca al dominicano”, donde quiera que esté y que además, “trae a toda la familia”.
La salida forzosa de su país
Esta es otra de las condiciones que definen una “diáspora”, a la luz de la experiencia judía, y desde luego que no se presenta en el caso nuestro. El exilio forzado durante la Era de Trujillo y después de su muerte y de la revuelta de abril de 1965, nunca alcanzó cifras significativas en relación a la totalidad de la población. Es muy cierto también, que la gente se iba a Venezuela en los años 60 y 70, en grandes cantidades, pero lo hacía voluntariamente. Por igual, nuestros muchachos “cogieron la yola hacia Puerto Rico” en los años 80’s, pero no eran obligados a ello; aunque debemos precisar que sí eran inducidos a hacerlo, y que dicha “presión” venía fundamentalmente, por el grado de desigualdad social imperante.
Debe apuntarse aquí también, que el Gobierno dominicano promovía indirectamente tales aventuras, “haciéndose de la vista gorda” al permitir que altos funcionarios militares y civiles, amasaran grandes fortunas con “el peaje” cobrado por esta práctica malvada. Dejar salir las yolas, era y es el negocio de “siempre ganar” para el Estado dominicano. Cuando un joven nuestro se embarca rumbo a Puerto Rico, de entrada, le quita presión a la caldera social; si naufraga y se ahoga o un tiburón se lo come en el Canal de La Mona, no hay que gastar ni siquiera en su entierro. Pero si se salva, a la semana está mandando dólares a sus familiares, que son divisas gratuitas para el país. Esta es la única explicación de la indecente indiferencia estatal a los viajes ilegales a Puerto Rico, que siempre se pudieron evitar.
La imposibilidad de volver
Cuando los judíos eran expulsados de Israel o Judea, sus territorios eran ocupados por los nuevos invasores, que se adueñaban de ellos. En estas circunstancias, ellos no tenían la posibilidad de retornar voluntariamente; de ahí la diseminación obligada por el resto del mundo. Creo que nadie -en su sano juicio- puede argumentar que los dominicanos estamos en una situación similar o parecida. Es todo lo contrario, los dominicanos sueñan eternamente con ese retorno “triunfal y definitivo” a su terruño querido. Aunque la situación nacional, la realidad existencial de cada uno y las costumbres adquiridas, tengan la última palabra en esta decisión.
Sin embargo, tenemos que reconocer que, a pesar de las acciones venales e indirectas del Estado para propiciar la migración, nunca tuvimos que “salir huyendo” del país por la fuerza de un enemigo externo o de una política de Estado planificada para ello.
La desaparición de su país original
Se necesitó que pasaran mas de 2600 años desde la primera expulsión de los judíos (586 AC, hacia la Mesopotamia), hasta 1948 (fecha de fundación del Estado de Israel) para que -amparados en un arreglo de las potencias colonizadoras a mediados del siglo XX- se le reconociera un espacio propio y “definitivo” a los descendientes de David, quien es considerado el “padre fundador” del Estado de Israel.
Aun y cuando reconocemos que el Estado Judío se “refundó” por mandato de las Naciones Unidas, mediante la autoridad que el hecho de haber ganado la II Guerra Mundial le confirió a las cinco potencias del mundo en ese momento: Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Francia y China; hemos de señalar aquí, que los judíos siempre habitaron esas tierras de Oriente Medio y que en modo alguno se puede considerar su asentamiento como una imposición absoluta contra los palestinos.
Este arreglo, implicó la división de los tradicionales territorios de Palestina y Judea en ocho partes, concediéndoles al nuevo Estado de Israel la mitad (+/-) de los terrenos expropiados, y sobre ellos se asentó el pueblo y el nuevo Estado judío. En el caso de Palestina, y acicateados por la Liga Árabe de entonces, nunca se aceptó la partición y a consecuencia de ello, hoy no tienen una patria definida, por lo menos físicamente. Pero ese tampoco es el caso de los dominicanos.
El apego a sus tradiciones
Mantenerse fieles a sus tradiciones, costumbres y religión, ha sido una de las particularidades mas emblemáticas del pueblo judío. En ocasiones hasta han tenido que simular la adopción de alguna creencia impuesta por los que ostentan el poder, como es el caso de los judíos sefarditas en la España medieval e inquisidora entre los siglos X y XVIII. Las opciones eran precisas para esta etnia: o se convertían al cristianismo (catolicismo romano) o tenían que salir del país, perdiendo en ocasiones sus bienes materiales.
Y esto era en el mejor de los casos pues, se registra que entre los años de 1481 y 1808 sobre 60,000 judíos perdieron la vida a manos de la “Santa Inquisición”, tan solo en España. Algo similar, aunque en menor número, sucedió en Portugal. Pero la historia registra que los judíos resistieron hasta con la vida el apego a sus creencias.
En el caso nuestro, ni siquiera hemos tenido que ser sometidos a prueba, en lo tocante a la fidelidad que profesamos a nuestras costumbres. Muy por el contrario, los hechos dicen que nuestra capacidad para sobrevivir es notoria; de hecho se afirma con cierta sorna que “un dominicano llega a México y al cabo de un mes, ya es mariachi”, aludiendo a la forma rápida en que asimilamos las costumbres ajenas; y aunque esto no sea un acto de cobardía propiamente sino de sobrevivencia, está claro que la adopción de nuevas costumbres, implica la pérdida de las propias.
Otro ejemplo en que se muestra la flojedad de nuestras costumbres y tradiciones, es el de la adopción de la pipa llamada “hookah” como parte del diario vivir de nuestros muchachos. No hay un evento social, incluidos los deportivos, donde este cachimbo colectivo no esté presente; y eso, que solo hace unos años que lo conocemos.
Esta característica, muy conocida por la comunidad, abre un paréntesis que debe movernos a reflexión. ¿No será que nuestros valores culturales no nos inspiran suficiente orgullo o que dichos valores nos resultan en cierta forma pecaminosos? Cual que sea la respuesta, es una tarea del Estado dominicano reforzar la autoestima y el sentimiento nacionales, para fortalecer la dominicanidad allende los mares y en consecuencia, mantener una relación del Estado con los que vivimos fuera, mas estable y nacionalista.
El peso de la creencia religiosa
Puede que este sea el rasgo mas sugestivo de la llamada “diáspora” judía. Interpretar y transmitir de generación en generación, que “son el pueblo elegido por Dios”, es sin dudas la mas grande proeza judía en toda su historia. Pero ese “destinismo” del pueblo judío, también acarreó dogmas y creencias que se afianzaron en el tiempo y que llegaron a formar parte del ADN cultural de ese pueblo heroico.
El hecho de ser expulsados tantas veces de su territorio, es considerado por los judíos, como un designio de Dios. En la destrucción del Templo y en los sufrimientos que hubieron de soportar en el Exterior, ven los judíos, la conexión directa con Dios, para hacerlos mas auténticamente fieles, al tiempo que se preparan para la tan esperada llegada del Mesías.
De nuevo, no hay nada que nos relacione con estas prácticas y creencia de los judíos. La tendencia de los dominicanos en materia de religión es mas bien pasiva, aunque aumente sostenidamente el número de practicantes evangélicos y disminuya el de católicos romanos.
La comparación histórica
Con este escenario que les presento, que no es mas que un resumen de lo que han recogido los historiadores y teóricos sobre la realidad judía en el tiempo, está visto que no hay parangón alguno entre la comunidad judía y la comunidad dominicana residente en el Exterior. Ninguna característica de las que definen el concepto real de “diáspora” judía, está presente en la historia o el comportamiento nuestro fuera del país.
Los dominicanos que salimos a buscar vida en otras tierras, en forma alguna puede considerársenos como una “diáspora” (por las razones ya expuestas) y los exilados que fueron sacados del país después de la muerte de Trujillo, no pasaron de ser un puñado. Pero además, nada nos impide volver a nuestra tierra, que en adición a ésto, no ha sido ocupada por potencia o nación alguna, como sucedió con el pueblo judío. Lo que si puede y debe argumentarse, es que el proceso de deterioro de nuestra nación, a la luz de la invasión pacifica -por el momento- de los haitianos, sí nos augura una pérdida de las costumbres, cultura y estilo de vida que nos definen como dominicanos.
Si la irresponsabilidad del Estado dominicano en el manejo de la crisis se mantiene, es muy probable que perdamos muchos valores y hasta cierta parte de nuestro territorio; pero ante esta amenaza en firme, constituida por la invasión silente, sostenida y escalonada, es mas que seguro que nos envolveremos en una cruzada de expulsión de los intrusos, que de seguro tomará ribetes de “rebelión popular” de dominicanos contra haitianos.
Los resultados se ven venir: un inevitable y doloroso enfrentamiento con los vecinos invasores y el advenimiento de una crisis que podría desembocar posiblemente, en la tan deseada intervención de nuestro país por fuerzas foráneas. Esta triste deducción a la que hemos llegado de manera forzosa, pero que es la única a la que el razonamiento lógico conduce, nos dice que estamos en presencia de un Gobierno imprevisor, en el mejor de los casos; pero deja espacio para que la mente de los buenos dominicanos “cabalgue peligrosamente” y arribe a peores conclusiones.
Cuando eso suceda -y ojalá que estemos equivocados- quizás será muy tarde para que el Gobierno y la clase política gobernante puedan ser reivindicados. Entonces si que se definirá la frontera y se “dominicanizará” -como corresponde a un país soberano con un Gobierno legítimo- todo el territorio nacional alrededor de ella. El problema es ¿Cuál pudiera ser el castigo de los responsables?, porque es seguro, pero muy seguro que los culpables pagarán sus culpas.
Ya para terminar y a manera de colofón, quiero llamar la atención sobre dos aspectos de este tema tan espinoso, pero tan necesario de traer hasta el dominio de la opinión pública.
Es muy cierto que el castellano es un idioma viviente, que se transforma y moderniza; y que la palabra “diáspora” es usada hoy por el vulgo como sinónimo de “comunidad”, de “nación” o de “pueblo”; pero es también muy cierto que el papel de los líderes o dirigentes nuestros, no es el de seguirle el rumbo a la gente sino, “trazarle el rumbo a la gente”. En eso radica el concepto conocido como “liderazgo”. Ejercer el liderazgo implica marchar a la vanguardia, no en la retaguardia. Y esto es en el sentido político, social, cultural, intelectual, económico y hasta emocional.
Al hablar de diáspora, quizás valga la pena darle un vistazo histórico a los movimientos migratorios del pueblo “gitano”. Ellos están presentes en casi 50 países del mundo, provienen del nordeste de la India y hace mas de 1,500 años que iniciaron su movimiento hacia el Occidente. Esta teoría sin embargo, ha sido muy desacreditada por investigadores de la categoría de Avraham Sándor, que ubica el origen de los gitanos en la zona de Oriente Medio y atribuye a este pueblo tener raíces semíticas y específicamente, hebraicas. Sostiene el reconocido investigador de origen judío, que los gitanos se movieron hacia Oriente, cuando menos un milenio antes de lo que se registra como su fecha de retorno a Occidente.
Con las particularidades culturales de los gitanos: idioma, religión, hábitos de comportamiento, carácter nómada en sus inicios, asentamientos muy sedentarios actualmente, etc.; ni siquiera ellos son considerados una etnia que constituya una “diáspora”, como tan alegremente nos bautizan a los dominicanos, los propios dominicanos que fungen de “comunicadores sociales y líderes comunitarios y políticos” residentes en Ultramar.
¡Vivimos, seguiremos disparando!