Cuentan aquellos que pasan la información para que no se olvide, que Set 999, descendiente de Adán y Eva, se encontraba un día muy pensativo tratando de hallar cómo evitar desollar animales para su vestuario y el de sus descendientes, que eran muchos. Casualmente estaba sentado cerca de un plantío de lino y, como por arte divino, concibió la planta de lino como una fibra susceptible de hilar. No cabía de gozo. Explicó la idea a sus padres y, a decir verdad, no le entendieron… ni qué digamos de sus abuelos. Pero luego se dirigió a hermanos y primos y estos inmediatamente le captaron. Trabajaron sobre la idea para lograr la primera prenda de vestir hecha con fibra. Set trató inútilmente de ganar algo con su invento, pero como en ese tiempo aún no había oficina de Patentes y Marcas, lo único que obtuvo fue la satisfacción de haber contribuido.
Los antiguos griegos se admiraban de la ropa tan ceñida que usaban los habitantes de Asia Central, algo muy cercano a los pantalones, hasta que un día irrumpeiron en sus tierras los escitas -asi los nombraban- montados en caballos. Los aterrados griegos vieron por vez primera al hombre sobre un caballo y fue tal su miedo y la imaginación desbordada que a partir de ahí nació la leyenda del CENTAURO, creyendo que hombre y bestia eran un solo ser. Pasada la sorpresa y familiarizados con los caballos, los guerreros griegos se dieron cuenta de que los pantalones les protegían de las rozaduras al montar los animales.