El presidente trae una buena racha de éxitos desde hace algunas semanas. Después de unos meses terribles –caída en las encuestas, alza de precios, parálisis en el Congreso, la desafortunada salida de Afganistán el año pasado– ha podido cambiar el marcador a su favor con varios hitos importantes.

Logró la aprobación de un proyecto de ley de control –limitado, sin duda– de armas; los legisladores votaron un paquete de apoyo a la fabricación de chips en ; los servicios de inteligencia mataron al líder de al Qaeda, sin daños colaterales, en Kabul; el Congreso aprobó también una iniciativa que provee mayores recursos para veteranos de guerra; y, por un estrecho margen, el Senado le dio el visto bueno a un paquete de financiamiento para combatir el cambio climático, reducir los precios de las medicinas con receta, ampliar el financiamiento del Obamacare y crear un impuesto mínimo para empresas estadounidenses. Se dice fácil, pero son avances significativos en varios frentes. Si agregamos una cifra de inflación para julio mejor de la esperada, la racha es impactante.

Antes de analizar las implicaciones de esta recuperación para las elecciones de mitad de período, pautadas para noviembre, conviene ubicar esta retahíla de triunfos en un contexto adecuado. Se trata de éxitos innegables, pero mucho más modestos que aquellos anunciados y buscados por Biden y su partido en el Congreso hace un año y medio. Cuando comenzó su gobierno, el presidente albergaba ambiciones fundacionales, ante todo en dos frentes fundamentales: el cambio climático y la reconstrucción del estado de bienestar estadounidense. Entre las metas buscadas figuraban medidas mucho más ambiciosas en materia ambiental, y sobre todo un paquete social de gran envergadura.

En lo propuesto por Biden, o por los líderes del Partido Demócrata, sobre todo de su ala izquierda, se incluía algo así como un Medicare para todos, un crédito fiscal para cada familia con niños, la condonación de las deudas estudiantiles, un aumento de las pensiones de vejez del Seguro Social, y medidas vigorosas y audaces en materia de vivienda, sobre todo las dirigidas contra el racismo inherente en muchas de las regulaciones urbanas al respecto. La factura de todo esto era mucho más elevada que el monto recién aprobado por el Congreso (más de US$ 3,3 billones de Build Back Better vs US$ 370.000 millones de la Ley para reducir la inflación).

Por varias razones, este programa no se pudo realizar, e incluso el intento más modesto provocó una espiral inflacionaria que aún golpea al consumidor estadounidense y a todas las economías del mundo. Los efectos del proyecto fundacional de Biden habrán sido más paradigmáticos que concretos, que no es poca cosa, al legitimar en Estados Unidos y en el mundo la idea de un nuevo estado de bienestar y de una mayor intervención estatal en la economía y la sociedad.

La buena racha de Biden puede transformarse en un viento de cola para su partido en las elecciones de noviembre. Se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. La inercia histórica sugiere que los demócratas perderán su, de por sí, exigua mayoría en la Cámara Baja: el partido del presidente en funciones casi siempre sufre un serio revés en los primeros comicios después de su propia elección. No obstante, la merma del Partido Demócrata podría ser menor a la esperada. En varias encuestas genéricas de intención de voto, el partido de Biden supera al republicano por un par de puntos porcentuales.

En la Cámara Alta las perspectivas del presidente se antojan incluso mejores, por varias razones. Simplemente gracias a la aritmética. Para empezar: se encuentran en juego más escaños ocupados por republicanos que por demócratas. Las probabilidades de ganar son entonces mayores. En segundo lugar, algunos de los candidatos republicanos, sean salientes o nuevos, son partidarios viscerales de . Esto los ayudó a vencer en las primarias, pero les puede perjudicar en la elección general. Enseguida, los candidatos demócratas llevan ya una ventaja significativa en financiamiento: han podido levantar más recursos que los republicanos en varios de los swing states (estados de tendencia electoral incierta) o que se hallan realmente en una disputa. Por último, parece que la decisión de la Corte Suprema que elimina la protección federal al aborto ha movilizado a una parte considerable del electorado demócrata, en particular, obviamente, a las mujeres. La propuesta presentada hace unos días en Kansas –un estado archiconservador– para incluir la prohibición del aborto en la Constitución estatal fue derrotada por un amplio margen. Una mayor motivación de las mujeres y de los jóvenes por este tema puede ayudar a varios candidatos demócratas a conquistar curules republicanas en el Senado. No es imposible que la nueva configuración de esta cámara quede en 51 versus 49 o incluso 52 versus 48, a favor del partido de Biden.

Nada de esto es seguro, por supuesto. Faltan casi tres meses para las elecciones y pueden suceder muchas cosas. Resulta difícil descifrar si las crecientes dificultades jurídicas que enfrenta el expresidente Trump generarán consecuencias políticas negativas para él, o si será lo contrario: podrían movilizar a sus seguidores más apasionados. Asimismo, aún no es posible determinar si Trump anunciará su candidatura para 2024 antes de noviembre, o después, ni qué efecto pudiera revestir un anuncio adelantado. Pero en comparación con la cuasicrisis que Biden y los demócratas enfrentaban hace medio año, hoy no pueden más que sentirse satisfechos con esta reciente evolución. Veremos si les dura.

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