«¡Paula nos dio santo y seña de lo que pasó en la fiesta!». De esta afirmación, en México entendemos que la comunicativa Paula contó con lujo de detalles todo lo que pasó en la pachanga. Pero, ¿qué tiene que ver aquí un santo, y de qué seña se habla? Vamos a ver lo que dice la historia.
Muchas veces, en muchas guerras, debió suceder que al caer la noche, los casi siempre nerviosos soldados eran traicionados por su instinto de supervivencia y de cualquier sombra nocturnal moldeaban en su mente a un enemigo contra quien, sin pensarlo dos veces, arremetían. Luego, cuando la luz del alba disipaba las sombras, ¡ups!, encontraban que a quien habían dado muerte era a un desafortunado compañero.
Los genios militares, esos que hicieron de la guerra un arte, consternados por las bajas producidas por los errores nocturnos —más por razones aritméticas que humanas—, pronto idearon un remedio para este problema. Cada tarde, los jefes militares escogerían una palabra que, a manera de señal secreta, serviría para que, en las rondas nocturnas, los soldados del mismo bando pudieran reconocerse. A esta palabra en la España medieval la llamaron «el nombre», el cual, decían, se rompía al amanecer.
La táctica fue tan exitosa que pronto se generalizó, y la vocación religiosa de los ejércitos cristianos los llevó a decidir que esta palabra secreta debía ser el nombre de algún santo. Así, de «el nombre», pasó a «el santo». Años después, buscando mayor seguridad y más eficiencia, se agregó una segunda palabra, seña. Así se empezó a hablar del «santo y seña». Cuando dos grupos se encontraban, uno decía el santo, y el otro más valía que respondiera con la seña, que si no, se armaban los cocolazos. Muy ilustrativo es lo que escribió en 1826 Evaristo San Miguel, en Elementos del arte de la guerra:
Una hora antes de anochecer mandarán todos los comandantes de los puestos un soldado al pabellón o casa del Primer Ayudante General, donde recibirán el santo firmado y cerrado por dicho jefe para entregarle al comandante de la guardia respectivo. Este santo o palabra de señal, se compone ordinariamente de dos partes conocidas la una con el peculiar de santo y la otra con el de seña. Cada nación las adopta a su albedrío como signos puramente arbitrarios o convencionales.
El comandante de la guardia no comunicará a ningún individuo, sino en caso necesario, el santo y seña que no será sabido más que del gobernador, ayudantes generales y jefes del batallón que da las guardias…
Del uso militar, la expresión pasó al lenguaje coloquial. Hoy se usa como sinónimo de contraseña en expresiones como: «Para poder entrar, tienes que dar el santo y seña», acepción muy lógica, ya que es su significado original.
También se usa con el significado de símbolo, por ejemplo en: «Pelé es el santo y seña del futbol mundial». Y es que, el santo y seña de algún modo era un símbolo para un grupo de personas que, aun sin conocerse, con sólo intercambiárselo se reconocían como del mismo bando.
En México, el uso coloquial más extendido es donde «dar santo y seña» vale por «dar hasta el mínimo detalle», como lo hizo Paula cuando contó los chismes de la fiesta. Este uso lo podemos explicar considerando que, cuando se tomaba a un prisionero, a éste se le confesaba para que «soltara la sopa». El santo y seña era lo último que un buen soldado confesaría, de modo que cuando lo hacía, era porque ya había revelado hasta el último detalle.