Cuando se habla de Luis XV no se puede olvidar el mencionar a madame Pompadour como la reina de la moda en la corte francesa. Ella impuso el vestido a la francesa, que vino a ser una evolución de los estilos flotantes en forma de campana, logrados por los pliegues de hombro a hombro que dejaban caer la tela libremente por la espalda. Moda me contó que debajo de tal prenda usaron el panier, formado por una enagua de más de diez metros de tela montada en aros de mimbre o ballena. Vanidad intervino para decir que tal panier no tenía nada de original, pues años atrás, en España, se le llamó guardainfante, pollera o tontillo, moda que fue duramente criticada por el resto de Europa.
Los trajes a la francesa y a la polonesa se divulgaron rápidamente por todo el mundo gracias a los figurines que comenzaron a circular, tales como La Galería de Modas, El Correo de la Moda o el Diario de lujo y de la Moda. El rosa y el azul celeste fueron los colores predominantes de esta moda, la que alegró los rostros de las españolas quienes por décadas usaran el negro en sus vestidos.
Vanidad se expresó como sigue respecto a la moda masculina: “Las prendas principales del traje europeo masculino del siglo XVIII fueron la casaca, la chupa y el calzón. La chupa o chaleco consistía en una chaqueta a medio muslo, abierta por delante con tres o cuatro botones para dejar ver la camisa y corbata de encaje. Las mangas por debajo del codo daban paso a las de la camisa, que terminaban en puños también de encaje”. Respecto a esta descripción me asaltó una duda y le comenté a Vanidad que hablaba de un chaleco y hasta donde yo sé, los chalecos no tienen mangas. “En tu presente -contestó irónica-, pero en aquella época el nombre de chaleco fue tomado de una prenda turca llamada yalak, que podía o no llevar mangas. La casaca o frac llegó hasta las rodillas y se dejaba siempre abierta para lucir el chaleco y la camisa. Sus mangas remataban con amplia vuelta. El calzón o culotte era usado también hasta las rodillas, donde se fundía con las medias, e iba provisto de bolsillos. Por esta descripción te darás cuenta que los trajes masculinos no han sufrido grandes transformaciones. A Moda y a mí nos ha costado muchísimo trabajo hacerles cambiar, pero ¡son difíciles!… fíjate, siguen usando los mismos elementos: chaqueta, chaleco y pantalón, además de camisa y corbata. Sin embargo, las mujeres, ya ves, suben y bajan la falda o la dejan en medio, elevan el escote o lo bajan, llevan pantalón o lucen falda, en fin, toda una gama de opciones para variar su vestuario, claro que todo ello me lo deben a mí, pues ellas sí son dóciles y aceptan mis sugerencias. ¿Qué te parece?”. Mil gracias en nombre de todas las mujeres, le dije a Vanidad.
Las grandes influencias en las modas europeas del siglo XVIII, fueron primero las de Antoine Watteau, creador de los vestidos flotantes con pliegues de hombro a hombro que dejaban caer la tela por la espalda y posteriormente Jacques-Louis David y Marie-Jean Bertin, diseñadora de la reina María Antonieta. El regreso a la simplicidad clásica en la época de la Revolución y el Imperio franceses se debe precisamente a los dibujos de Jacques-Louis David. Las mujeres dieron acogida entusiasta a los trajes de siglos atrás, descubiertos otra vez por él y confeccionados con tejidos muy ligeros, haciendo resaltar los estampados de bajo costo que permitían renovar con más frecuencia el guardarropa femenino.
Vanidad se vanaglorió de este cambio, expresándose así: “Traté de suprimir los corsés, los paniers y los abultadotes, pues me di cuenta que con todo ello las mujeres no podía lucirse tal y como eran. Claro que quitando el exceso de ropa, las damas se veían casi desnudas al vestir simples túnicas y sandalias griegas, por lo que el frío caló sus delicados cuerpos, viéndose obligadas a adoptar los coquetos chales de tul que diseñé para ella y que llamaron fichú“.
También puse en práctica infinidad de formas, para lucirlos, y enviar mensajes sensuales, como el dejarlo caer coquetamente para descubrir un hombro, o deslizarlo con desenfado escalera arriba como si arrastrara un estambre para que el minino lo siguiera, confieso honestamente que en esto de la coquetería tuve algo que ver y me enorgullezco de ello“. Y así terminó Vanidad su relato.