No sólo las mujeres han sido afectas a modificar su figura con el uso de postizos. Allá por el siglo XVIII, el traje masculino consistió en casaca, chupa, chaleco y el calzón que se usó ajustado cubriendo la parte alta de las medias, ciñéndolas bajo las rodillas. Se estilaron medias de diferentes telas y colores, y también pantorrilleras para lucir musculatura donde no la había. Claro que algún caballero llegaba a sufrir bochorno cuando se desajustaban las pantorrilleras, lo mismo que cuando se caía el postizo del busto de alguna dama.
En la Holanda medieval el pelo largo y la barba eran tan respetados en los hombres que hasta era delito tirar de los cabellos. La moda entre los hombres de teñirse el pelo de rubio fue muy socorrida allá por el siglo doce, pero siglos más tarde en Alemania consideraron afeminado a quien lucía cabellos largos y pintados. Por ello, a finales del siglo XV, alguien sugirió cortar el pelo para que los hombres tuvieran un aire marcial. Además, hubo un tiempo en que la barba se lució como signo de elegancia, al grado de que algunos varones usaban versiones postizas si alguna ceremonia exigía esa cortesía. Y es que la barba era casi el equivalente a la corbata en la actualidad.