En la mañanera del 13 de septiembre se anunció que el presidente ya no utilizará el discurso del 16 de septiembre para fijar su posición ante las demandas de Estados Unidos a propósito de la violación del T-MEC, las consultas al respecto y, en general, los desacuerdos entre ambos gobiernos en materia energética. Sostuvo que cambiaba de parecer ante lo que había anunciado, en primer lugar, porque el “tono” de “su amigo Biden” había cambiado, dando a entender que la mutación se produjo en la parte que no leyó de la carta del presidente de Estados Unidos. Y, en segundo lugar, porque quería exponer ante los mexicanos, antes de hacerlo ante el mundo, su extraordinaria propuesta de paz entre Ucrania y Rusia. Es obvio que ambos argumentos son absurdos y, por lo tanto, conviene tratar de entender por qué López Obrador se rajó, se bajó, le “sacateó”, se acobardó.
El argumento del cambio de tono es ridículo. Nunca hubo un mal tono de parte de Estados Unidos, ni de Biden, ni de Blinken —a quien vio el mismo día—, ni de la embajadora Tai, representante de Comercio Internacional de ese país. Hubo un recurso por parte de Estados Unidos y de Canadá al mecanismo de solución de controversias estipulado en el T-MEC, por presuntas violaciones del mismo por parte de México. En particular, la Ley de la Industria Eléctrica aprobada hace poco, según los norteamericanos, viola dicho tratado. No era un problema de tono, ni de unos ni de otros, es un asunto de sustancia. Además, ni los norteamericanos ni los canadienses retiraron su solicitud de consultas, no han modificado su posición en los encuentros que han tenido, ni lo van a hacer antes de que se venza el periodo de 75 días para las consultas previos a llegar al llamado panel. Eso sucederá a finales de octubre.
En vista de que no hay tal cambio ni de tono ni de sustancia por parte de Estados Unidos, obviamente la conclusión lógica es que el cambio, no de tono sino de posición, fue de México. López Obrador ya no quiso armar un escándalo nacionalista, envolverse en la bandera y tirarse del castillo de Chapultepec el 16 de septiembre, porque evidentemente decidió que no valía la pena. No iba a conseguir nada de Estados Unidos al respecto, y los posibles puntos que se llevaría de aprobación al apelar al nacionalismo mexicano más rancio sólo iban a exasperar a los norteamericanos y a los canadienses sin que México obtuviera nada a cambio.
El segundo argumento, a saber, lo de la infantil propuesta de paz, tiene menos sentido aún. La invasión de Ucrania por Rusia no fue un error de ambos, no se debió a la falta de diálogo, no tiene nada que ver con la ausencia de buena voluntad o de fraternidad. Se trató de un acto de agresión cometido por un país de 130 millones de habitantes contra uno de menos de 40 millones, por razones efectivamente históricas, pero que no se podían resolver “dialogando”. Pensar que a nadie se le había ocurrido que sería una buena idea una mediación internacional para lograr un fin de la guerra y de la ocupación rusa de Ucrania es pueril.
López Obrador propone que sean el papa, el secretario general de la ONU y el primer ministro Narendra Modi de la India (a quien a veces se refiere como presidente de la India, sin recordar que se trata de un régimen parlamentario). El papa no se ha pronunciado sobre la invasión y, por lo tanto, no es funcional como mediador, por lo menos en lo que a Ucrania se refiere; el secretario general de la ONU está sujeto a las decisiones del Consejo de Seguridad, donde Rusia y China tienen veto; y la India no tiene vela en el entierro, en el sentido de que ha sido neutral, es decir, que no ha condenado la invasión rusa a Ucrania.
Pero, sobre todo, nadie entiende por qué México debe o puede andar proponiendo semejantes quimeras. A qué viene al caso una propuesta internacional de un mandatario que nunca sale de su país, que pronuncia discursos aberrantes ante el Consejo de Seguridad o la Asamblea General (por Zoom), que ni siquiera tiene la decencia de ir él mismo a la Asamblea General de la ONU ahora en septiembre para presentar su absurda propuesta. Se dice que casi cien mandatarios irán este año a Nueva York. México no.
Recular es sabio cuando era contraproducente tratar de avanzar. No tiene nada de malo tener miedo (a diferencia de lo que dice Chico Che) cuando la correlación de fuerzas es tremendamente desfavorable. Qué bueno que la falta de valor, o las características clásicas del bully, es decir, el ser muy bravucón, hasta que llega la hora de la salida de la escuela, hicieron retroceder a López Obrador. La prudencia resultó ser más aconsejable que el machismo energético. Enhorabuena.