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Fábulas para Chiquitos
Segmento No. 1591
La Ardilla y el León, de Esopo
Es importante tener la conciencia limpia y amar para ser feliz.Duración: 3:31 Minutos. Visto: 18,382 veces.
Durante toda la mañana, la ardillita había nadado por las copas de los árboles, saltando de rama en rama y sacudiéndolas para apoderarse de las nueces. En la rama más alta de un olmo se detuvo para dar un gran salto y luego, con repentino impulso, surcó los aires. Pero, por desgracia, erró la puntería y cayó a tierra, dando vueltas en el aire, como un trompo.
A la sombra del olmo, dormía su siesta el león, cómodamente estirado. Roncaba a sus anchas. De pronto, sintió que algo lo golpeaba. El aturdido animal se levantó de un salto y de un zarpazo sujetó a la ardilla, atrapando la peluda cola del animalito.
Éste se estremeció de terror, sospechando su fin.
-¡Oh rey León! –dijo, sollozando-. No me mates. Fue un accidente.
-¡Bueno, está bien! –gruñó el león que, en realidad, no se proponía hacerle daño-. Estoy dispuesto a soltarte. Pero antes debes decirme por qué eres siempre tan feliz. Yo soy el señor de la selva, pero debo confesarte que nunca estoy alegre y de buen humor.
-¡Oh gran señor! –canturreó la ardillia, mientras trepaba hacia lo alto del olmo-. La razón es que tengo la conciencia limpia. Recojo nueces para mí y para mi familia y jamás hago mal a nadie. Pero tú vagas por el bosque, al acecho, buscando solamente la oportunidad de devorar y destruir. Tú odioas, y yo amo. Por eso eres desdichado, y yo soy feliz.
Y meneando su linda cola, la ardilla desapareció entre las ramas cargadas de follaje... dejando al león librado a sus pensamientos.
A la sombra del olmo, dormía su siesta el león, cómodamente estirado. Roncaba a sus anchas. De pronto, sintió que algo lo golpeaba. El aturdido animal se levantó de un salto y de un zarpazo sujetó a la ardilla, atrapando la peluda cola del animalito.
Éste se estremeció de terror, sospechando su fin.
-¡Oh rey León! –dijo, sollozando-. No me mates. Fue un accidente.
-¡Bueno, está bien! –gruñó el león que, en realidad, no se proponía hacerle daño-. Estoy dispuesto a soltarte. Pero antes debes decirme por qué eres siempre tan feliz. Yo soy el señor de la selva, pero debo confesarte que nunca estoy alegre y de buen humor.
-¡Oh gran señor! –canturreó la ardillia, mientras trepaba hacia lo alto del olmo-. La razón es que tengo la conciencia limpia. Recojo nueces para mí y para mi familia y jamás hago mal a nadie. Pero tú vagas por el bosque, al acecho, buscando solamente la oportunidad de devorar y destruir. Tú odioas, y yo amo. Por eso eres desdichado, y yo soy feliz.
Y meneando su linda cola, la ardilla desapareció entre las ramas cargadas de follaje... dejando al león librado a sus pensamientos.
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¡Cuantas veces resulta de un engaño, contra el engañador el mayor daño!