Una muestra palpable de la civilización que acumularon los Mesoamericanos está en la Piedra del Sol (Calendario azteca), cuyo plano y maqueta se atribuyen a los toltecas, una próspera civilización (siglo I al XII) que esparció su influencia hasta Yucatán. Los toltecas introdujeron el culto de Quetzalcóatl y construyeron Tula como sede de su reino.
Por otro lado, los nómadas mexicas, una rama del grupo azteca, creció logrando fundar la ciudad de Tenochtitlan en una isla del Lago de Texcoco, donde hoy se encuentra la capital de México. Durante medio siglo los mexicas dominaron la zona y en 1376 emergieron como la dinastía azteca, que aunque reinaron poco tiempo, acumularon poder y lujo que se extendió hasta el sur de Oaxaca, donde ya se había logrado otra cultura avanzada: la de los mixtecas y zapotecas.
Los mayas pertenecen a una de las culturas más sobresalientes del Continente Americano. Su área comprendió el sureste de México (Yucatán, Campeche, Quintana Roo y parte de Tabasco y Chiapas), Guatemala, Belice y algo de Honduras y El Salvador. Entre los más conocidos vestigios de su avanzada civilización encontramos Palenque, Chichen Itza, Coba, Tulum, Uaxactun, Piedras Negras, Tikal, Zuculen, Ixinche, Quirigua y Copan Bonampak.
Gracias a los académicos que han descifrado algunos códices, podemos conocer en el presente la habilidad de personajes tan desarrollados como los mayas. Tales códices fueron hechos con las cortezas de árboles de la familia de las higueras (noráceas) y pintados con colores tanto vegetales como minerales sobre una capa de origen calizo. El rojo era sacado de la cochinilla, insecto que se alimenta del nopal y produce un tinte rojo permanente. El azul provenía del añil, arbusto leguminoso de cuyas hojas sacan la pasta colorante, el amarillo de una arcilla y el negro del carbón.
Los códices más conocidos son: el Dresden con una antigüedad de 700 años, hallado en Viena, Austria, en 1739. Es conservado en la biblioteca de Dresden. El Tro-cortesiano, o de Madrid, localizado en el Museo de Arqueología e Historia de Madrid desde 1870. El códice Peresiano o de París cuyo origen está situado entre 1250 y 1500 D.C. Lo guardan en la Biblioteca Nacional de París, el Grolier, cuya autenticidad aún no está totalmente determinada, lo encontramos en el Museo de Antropología de la ciudad de México, data del año 1130 D.C. Y el códice Borgia, que en uno de sus pasajes representa “El viaje de Venus por el Inframundo“.
Por estos códices se han podido investigar datos muy importantes que determinan el grado de conocimiento de los mayas, por ejemplo, que tenían una verdadera obsesión por los números que aplicaban a cálculos astronómicos y matemáticos. Conocían además el concepto del cero y su numeración estribaba en un sistema vigesimal, es decir, de veinte en veinte y múltiplos de veinte con tres símbolos: el círculo equivalente a la unidad, la barra con valor de cinco unidades y el cero en forma de concha o caracolillo. La representación de los números también la realizaban en forma jeroglífica. Sabemos que tenían dos calendarios, el sagrado tzolkin de 260 días y el civil haab de 365.
Recurriendo a los códigos y textos del Popol Vuh y Chilam Balam conocemos ahora que los mayas tuvieron en sus inicios una religión sencilla basada en los dioses de la naturaleza: Sol, Luna, Lluvia, Maíz, pero con el correr de los siglos multiplicaron sus deidades con personalidades de maldad y benevolencia. Los había de enfermedad, guerra, muerte, nacimiento, cacería, pesca, etc. Uno de sus dioses más antiguos e importantes fue Itzam Na (el brujo del agua), representado por una iguana de dos cabezas cuyo alargado cuerpo está pletórico de símbolos planetarios y celestes. Al mundo lo situaron precisamente sobre una gigantesca iguana. Otra de sus deidades fue Kukulkan (serpiente emplumada, representación maya del Quetzalcóatl de los toltecas). A él se le atribuye haber puesto nombre a los lugares, la invención de la escritura, del calendario y de la agricultura.
El grado avanzado de civilización de los mayas fue detectado por europeos cuando tuvieron su primer encuentro en las Islas de la Bahía, frente a las costas de Honduras, allá por 1502. Ahí, Colón se admiró al ver un grupo maya que no sólo viajaba en canoas muy largas con pabellones al centro para proteger a pasajeros y cargas como granos, licores fermentados, textiles, cascabeles con carácter de dinero, hachas y granos de cacao, sino que vestían capas de colores brillantes que cubrían la mayor parte de sus cuerpos.