En el presente, los zapatos femeninos más que los masculinos, nos dan muestra de innumerables defectos que atentan contra las personas con pies que no se ajustan a las hormas impuestas por la moda.
Callos, juanetes, sabañones, maceraciones, ampollas, duricias o durezas, bursitis, artrosis y aplastamiento de bóveda, son algunos de los desórdenes a los que se ven sometidos nuestros pies. Los hombres y mujeres de las cavernas estaban provistos de una piel plantar gruesa y de poca sensibilidad. Posteriormente, con el uso continuo de pieles de protección, los pies sufrieron las consecuencias de su aprisionamiento, haciendo menos gruesa y más sensible su propia piel, convirtiéndose así en dependientes del calzado.
Las primitivas sandalias permitieron al humano proteger sus plantas sin casi alterar su estructura, pero el avance de la civilización no sólo modificó los zapatos, sino los pies, al grado de llegar a deformarlos, como lo fue el caso de las mujeres chinas en época remota, quienes desde temprana edad fueron sometidas al suplicio de usar vendajes y hormas opresoras que impedían su crecimiento normal, dejando sólo un crecimiento máximo de 7 cms. de pie, las que sólo eran compensadas con la posibilidad de un matrimonio de ricas, pues con pies tan deformes no eran aptas para el trabajo.
Una aberración de la moda del calzado fue la adoptada en los siglos XVI y XVII, cuando las mujeres cortesanas usaron los chapines, zapatos que alcanzaban hasta 60 cms. de altura. Las damas tenían que llevar siempre un acompañante para ayudarlas a caminar. Y qué decir de las polainas, con sus larguísimas puntas, o los zapatos garra de oso que medían hasta 33 cms. de ancho.
Con aquellas exageraciones en la moda del calzado, podemos imaginar los trastornos ocasionados a la estructura ósea de nuestros antepasados, pero no cantemos victoria pues ya dije al principio que los zapatos femeninos actuales atentan contra las personas con pies que no se ajustan a las hormas impuestas.
Hay más de 400 combinaciones de pies que, agrupados en las más comunes, nos dan seis, las cuales deben adaptarse a las plantillas que están en boga y si por ejemplo son de extremo puntiagudo, las personas con pie egipcio (dedo gordo más largo), o cuadrado (cuatro dedos iguales y el pequeño más bajo), tienen la posibilidad de ganarse una bursitis (inflamación en su articulación) y una exostosis (excrecencia ósea), porque el primer dedo será hacia fuera y el quinto hacia adentro, con la consecuencia de un rozamiento y presión extrema.
Los zapatos muy cortos evitan el juego elástico del pie. Los muy estrechos comprimen los vasos e impiden la circulación del aire, llegando a provocar desórdenes circulatorios. Los anchos, producen rozamientos que derivan en ampollas.
Debido al tacón muy alto, la planta forma con el suelo un ángulo de 50 grados, por lo que su máximo de presión recae en los dedos. Los pies con tal posición están en “equinismo“, provocando en la mujer inestabilidad en su equilibrio pues debe poner de golpe la suela del zapato en el suelo y bailar sobre el tacón con la rodilla doblada. A cada paso la pelvis femenina soporta una torsión y, debido a tirones, el conjunto sacro lumbar puede terminar en una artrosis.
¡Cuidado también con las suelas! Unas muy flexibles provocan torsiones laterales, las demasiado duras (de madera o triple suela de cuero) podrían traumatizar los músculos plantares. Conclusión: ni muy anchos, ni muy estrechos, ni muy picudos, ni muy altos, ni tampoco muy corrientes.
El cuidado de los pies debe ocupar su total atención, ya que gran parte de nuestra vida depende de ellos. Los especialistas dan consejos generales, incluyendo algunos en especial para personas que padecen diabetes, pues debido a tal enfermedad los nervios de los miembros inferiores se pueden ver afectados, disminuyendo la capacidad de sentir dolor, la presión, el tacto, la vibración o la temperatura, y como consecuencia existe la posibilidad de que las pequeñas lesiones de los pies lleguen a convertirse en un serio problema.