Ni más ni menos que exageradísima podríamos calificar la moda europea de peinados y tocados de la segunda mitad del Siglo XVIII. La variedad de estilos sólo tenía por límite la imaginación. Pregunté a Moda cómo lograban hacer esos monumentos y, para contestarme, recurrió a las caricaturas que se publicaban en aquella época, haciendo mofa de tan sofisticados estilos llamados pouf.
Para confeccionarlos requerían de ahuecadores de crin que daban la amplitud y altura deseadas. Vanidad intervino para contarme: “A los cabellos largos naturales les entretejían mechones postizos, adornando todo el conjunto con elementos del tema escogido, como aquellos que representan a los navegantes o la canasta de flores y frutas. Claro que tal moda no fue muy aceptada por las personas mayores, por lo que algunos idearon la forma de tener contentas tanto a las abuelas como a la juventud. Y, ¿qué crees que hicieron para lograrlo? El peluquero francés Beulard inventó los peinados de resorte, es decir, los que se podían bajar o subir según lo requiriese la ocasión. Muy listo… ¿no?”. Tanto Moda como yo nos reímos de los ademanes que hacía al contar esto.
Por otro lado, Moda relató la siguiente anécdota: “María Antonieta, la reina de Francia, se contaba entre los seguidores de esa corriente de peinados voluminosos e innovadores. Un día Vanidad y yo estábamos presentes, cuando a María Antonieta se le ocurrió obsequiar a su madre un retrato de ella donde lucía elevadísimo tocado. Nunca se imaginó María Antonieta la cara de disgusto que pondría la mamá quien, ni corta ni perezosa y como recatada dama, lo devolvió disgustada diciendo que debía tratarse de un error, pues la persona retratada no era su hija, la Reina de Francia, sino una cantante de opereta”. ¡Zas! -murmuró Vanidad-, y las tres comenzamos a reír.
“En cuanto a los sombreros varoniles –aclaró Vanidad- el más famoso fue el llamado de “tres picos“. Por cierto que los tres picos fueron obra de la necesidad, pues resulta que las hormas de los sombreros no quedaban bien ajustadas al óvalo craneal, por lo que a menudo tenían que levantar el ala para lograr su efecto ya que no quedaba bien de otra forma. Y como tú sabes que la necesidad es creadora de los inventores, a alguien se le ocurrió dividirla en tres partes, de donde surgió el famoso sombrero de tres picos”.
“Y hablando de los varones -intervino Moda- te diré que con la Revolución Francesa, terminada en 1799, la sociedad masculina sintió la necesidad de buscar en el pueblo lo práctico en su vestimenta dejando atrás los calzones y las medias para dar paso a los pantalones largos y anchos“.
Moda se quedó pensativa y de pronto volvió a tomar la palabra en tono acusatorio, y señalando a Vanidad dijo: “Ella, es la culpable de lo que te voy a contar acerca de la coquetería de las mujeres europeas de los siglos XVII y XVIII. Aquellas damas, motivadas por Vanidad, crearon técnicas muy ingeniosas para transmitir mensajes al sexo opuesto, como lo hicieron las japonesas al colocar en diferentes formas las agujas de sus tocados. Utilizaron las llamadas “moscas“ en la cara para sus mensajes, que en realidad se trataba de pequeños lunares negros hechos de tela. Las apasionadas se lo ponían en el rabillo del ojo, las juguetonas en un hoyuelo de la mejilla, las discretas en la barbilla, las deseosas de un beso en la comisura de los labios, las que se consideraban majestuosas lo colocaban en la frente. También existieron lunares encubridores, es decir, los que disimulaban algún grano indiscreto. Y te cuento más, cuando el granillo salía en la comisura de los labios y ahí colocaban la mosca, sucedía en ocasiones que algún despistado galán le daba el beso que él pensaba estaba esperando la dama en cuestión, llevándose tronada bofetada. A Moda le gusta recordar esos momentos entre risas”. También reí de buena gana, dando fin a esa conversación.