Los súbditos ingleses y muchísimos extranjeros sabían que la reina Alejandra, esposa de Eduardo VII de Inglaterra, tenía una manera de sonreir característica y encantadora, una mezcla de bondad y de melancolía que daba a la fisonomía de la soberana una gracia indefinible.
Así que las damas británicas trataron de imitarla y a alguien muy emprendedor se le ocurrió fundar la “Academia de la Sonrisa”, que empleó a infinidad de profesoras de estética femenil por toda Gran Bretaña mostrando la técnica para lograr la sonrisa de la Reina Alejandra.
Y entonces, todas las señoras respondían a la menor frase galante, a la más pequeña flor obsequiada con la misma sonrisa, imitando a la Reina Alejandra.
«Alguna coquetería, aunque varonil, que indique el deseo legitimo de agradar, está, no sólo permitida sino mandada, pues es indudable que es uno mejor acogido en todas partes cuanto es mayor el cuidado puesto en hacerse agradable a los ojos de las damas, aparte de lo mucho que lisonjea el amor propio tener un compañero, un amigo que se distingue por su pulcritud y elegancia. No en balde se ha dicho que un hombre elegante y correctamente vestido, ejerce más influencia entre los de su sexo que entre el sexo femenino». Crónica publicada en México en 1904.