Escuchar el nombre de Oriente, sin duda nos trae a la mente lujos, piedras preciosas, velos sensuales, esencias perfumadas y… las sedas, que por su belleza y textura se usaron en los suntuosos trajes de los emperadores. Las sedas fueron introducidas a la antigua Bizancio por los persas, pero por razones políticas y debido a una guerra, los bizantinos se vieron privados de tan hermosos y costosos lienzos. Y aquí es donde interviene Theodora, esposa del emperador Justiniano, quien con una brillante idea resolvió el problema: utilizó a dos monjes enviados a China como misioneros. A su regreso a Bizancio, ¿que piensa usted que llevaron consigo, por instrucciones de Theodora? En sus bastones de bambú introdujeron los capullos y larvas del gusano de seda y tallos de morera, convirtiéndose tal acto en la primera noticia que tenemos de espionaje y contrabando industrial.
Una de las cosas que hace feliz al ser humano es su arreglo personal. Así, descubrimos que los hombres del México prehispánico tenían por hábito afeitarse la cara y para ello utilizaban navajas de obsidiana. La vanidad de las mujeres era satisfecha con espejos elaborados con piedra pulida. Entre los varones se usaba el tatuaje y pintura del cuerpo con alquitrán, mientras que las mujeres ennegrecían el cabello con semillas del fruto del mamey y, como una curiosidad más: se pintaban las uñas. Los hombres lucían pectorales y las mujeres collares de barro cocido, madera, hueso, concha, jade, amatista, ámbar, cristal de roca, azabache, pirita u oro, de acuerdo a su condición social.