Arrojo y riesgo es lo que se advierte en la decisión de la Secretaría de Cultura de tener a los de América (EUA) como nación invitada al . No es asunto menor abrir frentes de comprensión de la cultura norteamericana en un diseño como el que impone la celebración en .

La acción se topa con desafíos tanto de política y diplomacia cultural, como de curaduría en la que los grandes intereses empresariales del país seguramente jugarán un rol determinante.

El contexto de la operación bilateral cuenta con varios escenarios. Enumeremos algunos para posteriores alegatos. Está lo evidente: una histórica e influyente cultura norteamericana en territorio mexicano.

Hablamos de la potencia de un conglomerado de imaginarios y realizaciones cuya punta de lanza han sido tanto sus industrias culturales como científicas, así como innumerables fundaciones y universidades privadas.

La cotidiana incidencia de esta forma de diplomacia cultural de los EUA se encuentra, por ello, bastante lejos de la gestión gubernamental. La administración federal vecina no tiene figura similar a la Secretaría de Cultura; cuenta con el National Endowment for the Arts (NEA, desde 1965) con peculiaridades en su quehacer.

Estamos ante dos modelos distintos de asimilar nociones como Estado cultural, política cultural, patrimonio, legado histórico, preservación, política fiscal, cooperación cultural, mecenazgo y más categorías. Así mismo, tenemos la evidencia que todos los días se manifiesta: la circulación del idioma inglés ya sea con o sin dominio de este por parte de los mexicanos.

Por supuesto es relevante lo que realiza la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Y de manera destacada los estados de la Unión juegan en diversidad de pistas en lo que ellos elaboran como gestión cultural, tamizadas por las posturas de Republicanos y Demócratas.

Los numerosos rieles que conducen la vida cultural de los norteamericanos se topan también con su diversidad, no exenta de choques. Además de la necesaria consistencia de la cooperación de dos Estados para los fines del Festival Cervantino, es todo un reto armonizar la oferta de los contenidos.

No pocos habrán de estimar, en labor especulativa, tanto una delegación artística como una serie de muestras ilustrativas de lo nítidamente norteamericano. Otros apelarán al abanico cultural asentado en su territorio.

La representación de lo nacional en los EUA enfrentará irremediablemente las filias y las fobias que nutren parte de la percepción que de México tienen sectores de nuestros vecinos. Resolver tal situación sin generar conflicto tendrá que mostrar músculo diplomático.

El uso casual del gobierno cuatroteista del poder suave como herramienta mediadora en las crispantes relaciones bilaterales lanza, a su vez, un reto a las comunidades culturales y científicas.

Con ninguna otra nación, ni con España misma, se abre en estos tiempos la alternativa de construir un diálogo de pares en el contexto del Festival Cervantino.

El llamado va en directo a las universidades mexicanas, a las organizaciones no gubernamentales y a los liderazgos del saber. La agenda de temas es de enorme relevancia: se trata de ir a las cañerías que conectan a dos países para hacer salir lo que las formalidades gubernamentales tapan.

Por razones de su modelo de política exterior, los gobiernos mexicanos anteriores al régimen lopezobradorista dejaron una significativa diplomacia cultural en los EUA. Sobreviven algunos institutos y centros culturales, hay personal en nuestra embajada y en los consulados que atienden esos menesteres. Ojalá se conviertan en faros orientadores, así como sean guías las nutridas experiencias de cooperación de etapas neoliberales.

Añado de prisa algo sobre el otro invitado, Sonora. Hubiera sido más oportuno incorporar un bloque con los estados fronterizos, cuyas relaciones culturales tête á tête con el coloso del norte son importantísimas.

Arrojo y riesgos, dije, en la decisión que me hace sentir ante un típico juego de estrellas de beisbol. Veremos con los meses si el encuentro apunta a resolverse a punta de hits o será un rosario de ponches.

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