Durante la Antigüedad —y hasta el Renacimiento—, el hombre se consideraba un microcosmos que contenía en sí todos los atributos del Universo, y como tal, el hombre estaba compuesto de los cuatro elementos: fuego, tierra, agua y aire.

El hombre creía que cuando comía se nutría de estos elementos esenciales, los cuales eran procesados por el hígado y se convertían en cuatro sustancias líquidas: los humores. Humor es una palabra que proviene del latín y que significa ‘líquido, humedad’ —específicamente la que surge de la tierra, que en latín es humus.
Para el buen funcionamiento del cuerpo era necesario que existiera un balance entre los humores. De la relación entre éstos y el «calor vital» dependía el temperamento: un «buen temperamento» hablaba de un adecuado equilibrio entre los humores, mientras que si uno de ellos excedía a los otros tres se producía una enfermedad o, bien, un desequilibrio espiritual que se reflejaba directamente en el estado de ánimo, que era, propiamente, el temperamento de una persona.

Así, si alguien poseía demasiada bilis amarilla o cólera, que se producía en el hígado, daba lugar a un temperamento colérico; es decir, iracundo, de alguien que enoja y se prende a la primera, como el fuego. Del bazo provenía la melancolía o bilis negra —en griego melanos, mélanos, ‘negro’, y χolh, kholé, ‘bilis’—, de ahí que al dominado por este humor negro se le llamara melankholikós, —o sea, melancólico— y se caracterizara por la tristeza, el pesimismo, la indecisión y hasta la locura.

El humor flemático se producía por demasiado moco o humedad que provenía de los pulmones, y se asociaba con la indiferencia y la pereza; por esta razón, quienes actúan fríamente o se alteran poco se les llama «flemáticos». El temperamento sanguíneo se produce por un exceso de sangre en el cuerpo; el exceso de este humor producía un temperamento hiperactivo e impulsivo. Se creía que extrayendo esta sangre impura del cuerpo se podían curar ciertas enfermedades, así que era común practicar sangrías, que muchas veces ocasionaban que el afectado se debilitara más y muriera.

Si la mezcla de los cuatro humores estaba equilibrada se decía que la persona estaba de buen humor, y de mal humor, si estaban desequilibrados. Resulta curioso cómo esta creencia tan arcaica permanece en nuestras expresiones cotidianas e, incluso, en algunos estudios sobre la personalidad. Y usted, ¿de qué humor anda hoy?

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