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Conan Doyle: el hombre detrás del detective, (parte 2)

Como prometimos la semana pasada, a continuación presentamos la segunda parte de este breve artículo sobre la vida de Arthur Conan Doyle, en el que nos quedamos a la mitad de sus aportes literarios.
El tercer mérito de Conan Doyle es el que destacó la Real Sociedad de Química de Inglaterra en su homenaje: la aplicación de la ciencia y de su método a la criminalística. En los métodos de Holmes, el uso de la ciencia teórica —formulación de hipótesis— y empírica —muestras de sangre, huellas— está al mismo nivel que el empleo de técnicas teatrales —disfraces, actuaciones— para obtener información de sus antagonistas.

El cuarto mérito es la habilidad de Conan Doyle para la construcción de tramas haciendo gala de las mejores técnicas tradicionales de narración con un lenguaje directo y preciso, sin florituras. Esto ha hecho que obras como La Isla del Tesoro, de Stevenson, o Moby Dick de Melville, pertenezcan a la literatura juvenil, cuando lo único que estas obras y sus autores tienen en común es el uso de técnicas narrativas tradicionales en temas que no lo son: sea el policiaco, la fantasía o la ciencia ficción.

Conan, ¿el bárbaro?

En 1893, Conan Doyle decidió dar fin a su personaje para dedicarse a proyectos literarios «más serios», aun a costa de su alta rentabilidad. La muerte de Sherlock Holmes a manos de su archienemigo, el brillante profesor Moriarty, mereció titulares en los periódicos, como si se tratara de la muerte de un estadista. Moños negros aparecieron en las calles londinenses y cartas de lectores indignados inundaron la redacción de The Strand, revista que perdió de golpe 20 mil suscriptores.

Holmes es un personaje complejo y polifacético en más de un sentido, pero su autor no se quedó atrás. Hijo de un padre alcohólico, profesionalmente mediocre, y sobrino de tíos eminentes, Conan Doyle estudió en internados jesuitas de Gran Bretaña y Suiza. Gustaba de las aventuras y, durante su época universitaria, en Edimburgo, se embarcó en un ballenero inglés. Más tarde se desempeñó como médico de un barco mercante que recorría la costa occidental de África. También ejerció como médico voluntario en la guerra de los Boers, en Sudáfrica, y como corresponsal de guerra en Sudán. Alertó sobre el peligro de un arma como el submarino y propuso la invención de los chalecos salvavidas.

Conan, el crédulo

Es muy probable que el descrédito y la indiferencia de la crítica literaria sobre Conan Doyle se deban a su activismo en favor del espiritismo, labor que consumió la segunda mitad de su vida. Escribió libros y panfletos y pronunció conferencias por todo , Australia y Gran Bretaña.
El autor de un personaje arquetipo de la racionalidad abandonó todo escepticismo al grado de morder el anzuelo de más de un charlatán. Tomó por buenas fotografías trucadas que retrataban supuestas hadas, aseguraba poder comunicarse con familiares muertos, como Louisa, su primera esposa, y jamás creyó que Houdini, a quien acompañó de gira, utilizara un método distinto al de la teletransportación para escapar de sus mortales trampas.
Pero el mayor atributo de Conan Doyle no fue realmente el raciocinio de Holmes, sino su prodigiosa imaginación de escritor. Su compleja obra y su vida, a pesar del encanto inevitable de su personaje más logrado, necesitan una relectura. Arthur Conan Doyle merece tanto o más crédito en la memoria literaria que su detective.

(Algarabía 30, Literatura)

¿A quién se le ocurrió? (Segunda parte)

En el artículo de la semana pasada, explicamos de dónde salieron y a quién se le ocurrieron varios platillos famosos. En vista de que tanta comida deliciosa es una cuestión difícil de acabar, ahora presentamos la parte final de esta importante investigación.

Papas fritas. Estas tiras de papa, fritas en aceite y condimentadas básicamente con sal y pimienta —aunque se les puede agregar orégano, hierbas finas o especias varias de acuerdo con la inspiración del cocinero— son uno de los platillos con paternidad más debatida. Los franceses llevan cierta ventaja en la disputa —cortesía del término «papas a la francesa» o French fries, como se les conoce en —, Bélgica también tiene una larga tradición de «friterías» o fritkots, donde la papa frita se sirve con mejillones. Mientras el sociólogo Roland Barthes las identifica como uno de los elementos básicos de la gastronomía francesa en su libro Mitologías, otros historiadores defienden su invención en algún punto entre Amberes y París, e inclusive hay quienes afirman que las inventó ¡Santa Teresa de Ávila!, puesto que, según la tradición, ella comía papas todos los días.

Hojuelas de maíz. Este habitual y crujiente sinónimo de desayuno fue un descubrimiento accidental, como casi todo lo interesante en esta vida. Su creador fue Will Keith Kellogg, quien creó una fundación —la W. K. Kellogg Foundation— dedicada a promover la vida saludable. Kellogg siempre estuvo interesado por el naturismo y la comida vegetariana. Así, preocupado por la alimentación de los pacientes de hospital, decidió buscar un sustituto al pan pero que fuera más fácil de digerir. Después de hervir una olla de cereal, la olvidó y descubrió que los granos se habían reblandecido pero seguían firmes. Al amasarlos con un rodillo, los aplanó y cada uno se volvió una hojuela delgada que al secarse formó lo que ahora todos podemos conseguir en cajas o bolsas para mezclar con leche y frutas.

Enchiladas suizas. Este famoso y relativamente simple platillo, que de suizo no tiene más que el nombre, fue inventado en el restaurante Sanborns de la Casa de los Azulejos. Por su privilegiada ubicación, este lugar es visitado de forma frecuente por turistas deseosos de probar la comida típica mexicana pero intolerantes al sabor del chile. Para complacerlos, los chefs idearon una salsa de tomate verde casi dulce, que baña a las tradicionales «dobladas» rellenas de pollo, y que serán coronadas por queso gratinado —no suizo, sino manchego.

Chiles en nogada. El 28 de agosto de 1821, don Agustín de Iturbide celebró su santo en el convento de Santa Clara de Puebla de los Ángeles, por lo que las monjas clarisas decidieron agasajarlo con un gran banquete y con un platillo verde, blanco y rojo: los colores del Ejército Trigarante. Entonces reunieron muchos ingredientes de varios rincones poblanos: queso de cabra de Zacapoaxtla, picadillo de cerdo de Cholula, pasta seca de duraznos de Huejotzingo, manzanas de Zacatlán, peras carmelitas, huevos de Tepeaca, nuez de Calpan, perejil de Atlixco y granadas de Tehuacán, entre otros; y así, el mismo año que nació , nacieron los chiles en nogada, ¡que tan mexicanos son!

Conan Doyle: el hombre detrás del detective (parte 1)

El 16 de octubre de 2002, el diario francés Le Monde informó que la respetada Real Sociedad de Química de Inglaterra había decidido otorgar una condecoración universitaria a Sherlock Holmes «por su revolucionaria contribución al empleo de la química en la lucha contra el crimen». Para tal efecto se colocó una medalla sobre la estatua del detective de ficción, que se encuentra a la salida de la estación del metro Baker Street, en el centro de Londres.

¿Es justo que un personaje de ficción reciba más crédito que su creador? ¿Por qué estamos más dispuestos a reconocer el genio del personaje que el de quien le dio vida? ¿Y era Conan Doyle un genio? En esta ocasión presentamos la primera de dos partes de un artículo sobre quien hizo nacer al más famoso detective de la literatura. Conan Doyle fue genial en más de un sentido.

Conan, el prolífico

Pocos escritores han tenido el vigor y la consistencia de Conan Doyle en la creación de personajes y relatos. Este escocés de ascendencia irlandesa no merece que se le encasille como autor de un solo género, porque exploró muchos: de la mezcla del género de aventuras y ficción histórica resultan obras como La Compañía Blanca y Sir Nigel, las cuales están fundamentadas en una rigurosa investigación sobre cada detalle requerido para la ambientación de la trama. La Compañía Blanca alcanzó las 50 reediciones en vida de su autor. Fueron igualmente célebres los relatos del brigadier Gerard, publicados en The Strand Magazine entre 1895 y 1903.
Relatos de horror —El parásito—, ciencia ficción —El mundo perdido—, piratas y boxeadores se añaden a la brillante producción de este prolífico autor. El conjunto de sus textos se agrupa en 49 libros de ficción; 41 libros sobre guerra, historia militar y espiritismo; una docena de panfletos; otra de obras de teatro y cuatro libros de versos.

Los méritos de Conan

Por lo que respecta al origen de su fama y fortuna, el primer mérito de Conan Doyle es haber consolidado un nuevo género de la literatura: la novela policiaca. Este tema había sido pobremente explorado y no existía como género literario. El pionero fue Edgar Allan Poe quien, en apenas cinco relatos, estableció las características fundacionales del género: el acusado inocente, el villano improbable, el código secreto, la pista falsa y el crimen imposible.

Doyle incorporó intuitivamente estos elementos, pero, además, aportó uno más: una solución coherente. No era justo que el caso se resolviera sin un razonamiento consistente que partiera de los hechos contenidos en el relato. A esta exigencia estricta de verosimilitud, Conan Doyle añadió una extensa praxis de 40 años: cuatro novelas y 56 relatos sobre Sherlock Holmes, publicados entre 1887 y 1927.

El segundo mérito es Sherlock Holmes mismo. Basado en la sorprendente habilidad de observación de Joseph Bell, profesor de Conan Doyle en la facultad de medicina de la Universidad de Edimburgo, su personalidad es por demás intrincada y ambivalente. Sherlock es un hombre en extremo pragmático, que suele dar mayor importancia al conocimiento que a la moralidad y al reto intelectual que a la justicia. Además, al tiempo que su razonamiento es frío y calculador, incapaz de pasiones amorosas, sabe apreciar la belleza en un paisaje o en la interpretación de un músico.

No deje de leer el resto de los méritos de Conan Doyle y más datos sobre su vida la próxima semana.

(Algarabía 30, Literatura)

¿A quién se le ocurrió?, 1era parte

Seguramente la mayoría de ustedes, queridos lectores, han probado y degustado muchos de los platillos que presentamos a continuación, pero, ¿quién los creó? ¿Son, en verdad, tan «chilangos» como se dice los tacos al pastor? En esta ocasión indagamos en la historia de algunos de ellos y le presentamos la primera de dos partes de nuestra investigación.

Los tacos al pastor. Éste es uno de los platillos más «tradicionales» de la vida urbana mexicana y en cualquier esquina de las ciudades puede verse uno de los famosos «trompos». Esta clase de taco tiene su origen en el medio oriente, específicamente en Líbano, donde los puestos callejeros exhiben orgullosamente «trompos» de bisteces de cordero adobados que al girar asan la carne al fuego, conocidos como gyros. En la versión mexicana —es importante mencionar que este platillo es «chilango» completamente y es la famosa taquería El tizoncito la que se adjudica su creación—, se hacen con carne de cerdo, que se macera en una mezcla de axiote, jugo de naranja, vinagre, cebolla y otros ingredientes varios, que dan el sazón distintivo de cada taquería. Después, los filetes se ensartan en el «trompo», que girará frente al fuego durante toda una noche, y se acompañan con cilantro, cebolla, salsa, limón y hasta un trozo de piña.

Carne tártara. Se trata, nada más ni nada menos, que de la solución que dio el temible ejército de los mongoles —o tártaros— al problema de «cómo comer y asolar poblaciones enteras al mismo tiempo»: molían carne de oveja bajo los cascos de sus caballos, y después la comían cruda mientras cabalgaban; podríamos decir que este platillo fue uno de los primeros ejemplos de comida «para llevar». Cuando Kublai Khan invadió el Gran Ducado de Moscovia, los moscovitas adoptaron la carne cruda molida dentro de su dieta, aderezándola con cebolla y huevo —crudo también, por supuesto— y otras especias.

Milanesa. El filete de carne pasado por huevo batido, luego por pan molido y, finalmente, horneado o frito en aceite caliente se conoce como milanesa. La paternidad de esta práctica tan universalmente aceptada tiene un origen incierto. Por mucho tiempo se consideró a Viena su cuna y a la milanesa se la conocía como Schnitzel o wiener Schnitzel —escalope vienés. Sin embargo, alguien encontró en los archivos del Estado una carta del mariscal Radetzky —inspirador de la conocida marcha de Johann Strauss— donde se comprobaba que el famoso platillo tenía un origen italiano o, más precisamente, milanés.

Sucedió que, enviado Radetzky al norte de Italia para aplastar la rebelión contra los Habsburgo, descubrió en Milán una original manera de preparar los filetes, impregnándolos en huevo y pan rallado y friéndolos en manteca. Terminada la revolución, en 1848 volvió a Viena y dio al cocinero del palacio real la original receta. La novedad se difundió por Europa, tanto que en la propia Italia en los menús de 1900 la preparación figuraba con su nombre austríaco y en París como escalope à la viennoise. Sea de donde sea, actualmente es posible conseguirla en cualquier lado, y hasta en algunos afortunados restaurantes puede comerse «milanesa a la vienesa».

No deje de leer la historia de más platillos la próxima semana.

Larga vida al pulque (primera de dos partes)

En esta ocasión presentamos la primera parte de una breve historia del pulque. Para quienes disfrutan de esta bebida, un vasito de natural o curado —de nuez, guayaba o piñón— resulta muy placentero en una tarde calurosa, mientras los barriles y cubetas de madera van vaciándose con la jarra de servir. «¿Curado, seño?» —le preguntan a uno—; tras la respuesta, un tarro transparente de buen tamaño llega a la mesa: un fermentado espeso con un olor y un sabor que no lo abandonan a uno fácilmente, cuya historia ancestral, sus mitos y leyendas, lo ubican como una de las bebidas más peculiares del mundo.

Pulque nuestro que estás en los cueros, que tumbas a prietos

y a güeros, santificado sea tu juguito delicioso, vénganos

veinte litros diarios a cada mexicano. Hágase un tinacal en la

tierra y otro más grande en el cielo…

Escrito en la pared de la pulquería La Hermosa Hortensia

En nuestro país, durante la época prehispánica, el pulque fue considerado una bebida divina que alegraba corazones y hacía cantar a los hombres; que permitía que los sacerdotes se comunicaran con la divinidad y que unía el espíritu con la Tierra. Tenía tal importancia en la vida religiosa de aquellos pueblos, que existen leyendas que constatan el origen mítico tanto del maguey como del pulque.[1]

Bebida de los dioses…

Una de las versiones sobre el origen del pulque es tolteca, y relata la historia de Papatzin, un noble que, al atravesar un magueyal, descubrió un líquido que escurría de las pencas de un maguey. Con curiosidad probó la sustancia y descubrió que era dulce y fresca; guardó el líquido en una olla y lo llevó a su casa. Al siguiente día, se percató de que la bebida se había vuelto blanca y espumosa; la probó y se sorprendió al notar que el sabor le agradaba mucho y que lo ponía en un estado particular de dicha y gozo.

Así fue como decidió regalarle la bebida al rey Tecpancaltzin, quien, en premio, lo casó con su hija Xóchitl. Con el paso del tiempo, la pareja tuvo un hijo al que nombró Meconantin —«el hijo del maguey»—, y de esta manera se dio a conocer la bebida entre todos los habitantes. A pesar de ser muy popular y tener gran importancia, en diversas culturas mesoamericanas sólo les era permitido beber pulque —llamado octli por los mexicas— a los señores principales, los sacerdotes, a los mayores de 52 años, a los prisioneros de guerra que iban a ser sacrificados, y a algunas madres que iban a dar a luz. Además, como la embriaguez era penada en el prehispánico, se tenían regulaciones muy estrictas sobre su consumo; sin embargo, algunos cronistas refieren que había festividades religiosas en las que era permitido que todos disfrutaran de él.

…y bebida del pueblo

Después de la Conquista, el consumo de pulque se popularizó entre las castas de menor rango. Los arrieros de las haciendas pulqueras[2] llegaban al amanecer a la capital para entregar la bebida a establecimientos regulados, clandestinos y para venta personal. El pulque fresco se juntaba con los residuos del día anterior, y se obtenía una mezcla fuerte que embriagaba más rápido y que gustaba a los clientes.

Era muy común que la gente llegara desde temprano a consumir pulque o que lo hiciera durante la jornada de trabajo, por lo que las pulquerías permanecían abiertas desde entonces y hasta el anochecer. En estos lugares se juntaban hombres y mujeres a disfrutar de la bebida, el baile, la , los juegos de azar, la comida informal y otro tipo de distracciones, como la prostitución.

(Algarabía 96, Del folklore)

 

[1] Parte de la información de este artículo se basó en Dominique Fournier, «Fermentation. A Gift from the Gods», Slow, Italia, 2001, núm. 22, pp. 22-57 y Pilar Gonzalbo Aizpuru, Historia de la vida cotidiana en México, fce, 2005.

[2] Durante el siglo xviii, en el mercado pulquero se distinguieron las haciendas de Pedro Romero de Terreros, conde de Regla —en el actual estado de Hidalgo—; así como la de Manuel Rodríguez de Pedroso, de Xala, hoy Estado de México.

De dónde viene santo y seña

«¡Paula nos dio santo y seña de lo que pasó en la fiesta!». De esta afirmación, en entendemos que la comunicativa Paula contó con lujo de detalles todo lo que pasó en la pachanga. Pero, ¿qué tiene que ver aquí un santo, y de qué seña se habla? Vamos a ver lo que dice la historia.

Muchas veces, en muchas guerras, debió suceder que al caer la noche, los casi siempre nerviosos soldados eran traicionados por su instinto de supervivencia y de cualquier sombra nocturnal moldeaban en su mente a un enemigo contra quien, sin pensarlo dos veces, arremetían. Luego, cuando la luz del alba disipaba las sombras, ¡ups!, encontraban que a quien habían dado muerte era a un desafortunado compañero.

Los genios militares, esos que hicieron de la guerra un arte, consternados por las bajas producidas por los errores nocturnos —más por razones aritméticas que humanas—, pronto idearon un remedio para este problema. Cada tarde, los jefes militares escogerían una palabra que, a manera de señal secreta, serviría para que, en las rondas nocturnas, los soldados del mismo bando pudieran reconocerse. A esta palabra en la España medieval la llamaron «el nombre», el cual, decían, se rompía al amanecer.

La táctica fue tan exitosa que pronto se generalizó, y la vocación religiosa de los ejércitos cristianos los llevó a decidir que esta palabra secreta debía ser el nombre de algún santo. Así, de «el nombre», pasó a «el santo». Años después, buscando mayor seguridad y más eficiencia, se agregó una segunda palabra, seña. Así se empezó a hablar del «santo y seña». Cuando dos grupos se encontraban, uno decía el santo, y el otro más valía que respondiera con la seña, que si no, se armaban los cocolazos. Muy ilustrativo es lo que escribió en 1826 Evaristo San Miguel, en Elementos del arte de la guerra:
Una hora antes de anochecer mandarán todos los comandantes de los puestos un soldado al pabellón o casa del Primer Ayudante General, donde recibirán el santo firmado y cerrado por dicho jefe para entregarle al comandante de la guardia respectivo. Este santo o palabra de señal, se compone ordinariamente de dos partes conocidas la una con el peculiar de santo y la otra con el de seña. Cada nación las adopta a su albedrío como signos puramente arbitrarios o convencionales.

El comandante de la guardia no comunicará a ningún individuo, sino en caso necesario, el santo y seña que no será sabido más que del gobernador, ayudantes generales y jefes del batallón que da las guardias…
Del uso militar, la expresión pasó al lenguaje coloquial. Hoy se usa como sinónimo de contraseña en expresiones como: «Para poder entrar, tienes que dar el santo y seña», acepción muy lógica, ya que es su significado original.
También se usa con el significado de símbolo, por ejemplo en: «Pelé es el santo y seña del futbol mundial». Y es que, el santo y seña de algún modo era un símbolo para un grupo de personas que, aun sin conocerse, con sólo intercambiárselo se reconocían como del mismo bando.

En México, el uso coloquial más extendido es donde «dar santo y seña» vale por «dar hasta el mínimo detalle», como lo hizo Paula cuando contó los chismes de la fiesta. Este uso lo podemos explicar considerando que, cuando se tomaba a un prisionero, a éste se le confesaba para que «soltara la sopa». El santo y seña era lo último que un buen soldado confesaría, de modo que cuando lo hacía, era porque ya había revelado hasta el último detalle.

De pura lengua: Reflexiones sobre la lengua, nosotros y el mundo

En el marco de la XXXVII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, Algarabía presenta:
Nuestra mesa de presentadores está conformada por María del Pilar Montes de Oca Sicilia, Victoria García Jolly y Fernando Montes de Oca Sicilia.

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De pura lengua: Reflexiones sobre la lengua, nosotros y el mundo.

Me quedo pensando que al haber escrito las palabras «ciencia de la lingüística» líneas arriba, podría espantar a más de uno y que así también se podría perder algún lector del disfrute de esta obra, pero confíe en mí y créame que, si bien se tratan temas muy específicos sobre dicha ciencia —sustratos, ultracorrección, universales lingüísticos, lengua pidgin, falacias y principios lógicos, y muchos etcéteraDe-pura-lenguas— éstos son abordados de forma altamente comprensible y amena, haciendo de esta investigación, no sólo una obra para profesionales avezados en tópicos del idioma, sino una obra de consulta, divulgación y entretenimiento para todos los amantes de la manera en la que los seres humanos tratamos de comunicarnos.

 

Ni qué ocho cuartos

Arturo Ortega Morán

Cuando queremos enfatizar un desacuerdo, muchas veces lo hacemos agregando la expresión «…ni qué ocho cuartos». El paso del tiempo ha oscurecido la situación que le dio origen y, a veces, nos desconciertan esos «ocho cuartos», tanto que algunos han pensado que hacen referencia a los cuartos de un hotel. No sé si alguna vez la curiosidad por saber el origen de esta expresión le haya quitado el sueño. De ser así, esta historia le evitará futuros insomnios.
Por muchos años, en España existió el realillo, moneda de uso corriente que equivalía a ocho cuartos de peseta, y que era también conocido como «realillo de a ocho cuartos». Para muestra, va una antigua copla española:
Tengo que empedrar tu calle con realillos de a ocho cuartos, para que vayas a misa sin romperte los zapatos.

Cuando el precio de algún artículo de primera necesidad superaba los ocho cuartos, la economía popular se veía amenazada y el descontento popular se manifestaba con grandes revueltas. En un fragmento de la obra Granada la Bella, que Ángel Ganivet escribió en 1896, hallamos noticia de uno de estos hechos: «En lo antiguo, el pan era caro en pasando de ocho cuartos la hogaza mejor o peor pesada; se sufría refunfuñando a los nueve y diez cuartos; se insultaba al panadero al llegar a los once o doce, y en subiendo de ese punto, venía la revolución».
La expresión probablemente apareció en la primera mitad del siglo XVIII en España. La documentación más antigua que conozco está en los diálogos de un entremés llamado «La avaricia castigada», escrito en 1761 por Ramón de la Cruz. De ahí, estas líneas:
¿Ayala amigo?
—Qué amigo, qué Ayala, ni qué ocho cuartos.
Ya es otro tiempo, señores.
¡Que hasta aquí me han atisbado!

A mi entender, la expresión «ni qué ocho cuartos» tiene origen en una antigua fórmula coloquial para enfatizar un desacuerdo o desprecio por algo, que en origen fue «…ni qué nada», donde ese nada lleva una carga de menosprecio. Con el paso del tiempo, el nada se ha sustituido por otras palabras o expresiones con tintes desdeñantes. En textos de diferentes épocas encontramos: «…ni qué calabazas», «…ni qué embeleco», «…ni qué haca», «…ni qué demonios», «…ni qué narices», «…ni qué niño muerto». Y de esta familia es el «…ni qué ocho cuartos», que hace referencia a la moneda de ocho cuartos en tiempos en que, por su bajo valor adquisitivo, era tan despreciable como el demonio, un embeleco, una haca o unas narices mocosas.

Arturo Ortega Morán hubiera querido ser arqueólogo, pero no lo fue; para no quedarse con las ganas, hoy escarba en el pasado de las palabras para conocer sus secretos, con la ventaja de que así no se llena de tierra. Puede seguirlo en Twitter como @harktos

(Algarabía 107, De dónde viene)

Destilados a fondo

En el marco de la XXXVII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería Algarabía presenta:
Nuestra mesa de presentadores está conformada por René Avilés Fabila, María del Pilar Montes de Oca Sicilia, Victoria García Jolly y Fernando Montes de Oca Sicilia.

• Destilados a fondo es el octavo libro que se desprende de la Colección Vicios.
• La información recopilada por Fernando Montes de Oca Sicilia provoca ser leída lo más rápido posible y adentrarse al mundo de los destilados.

Destilados a fondo

Es información que todo lector amante de los licores y destilados debe saber, este libro se desprende de la Colección VICIOS, misma que se ha convertido en políticamente incomoda debido a sus contenidos que conllevan al lector al goce y el sentir exacerbado. Temas que sin duda nos hacen parecer locos, obesos o perdidos.

En Destilados a fondo, sigue la misma línea que los anteriores; contiene datos y frases de celebridades sobre los destilados y su consumo. También información sobre el descubrimiento del alcohol, los beneficios que tenía beberlo en ritos o festejos.

Para René Avilés Fabila, quien realizó el prologo del libro “el alcohol tiene su lado divertido y su faceta trágica, puede minimizar a una persona y es capaz de dotarla de grandeza. Obra milagros y produce infamias. Pero siempre es clave para la vida y el desarrollo social e intelectual”.

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De dónde viene Infante

Si es de infantes de lo que hablamos, encontramos que hay muchos. Podemos comenzar con nuestro Pedro Infante, icono del cine mexicano y que, según dicen sus fanáticas, «cada día está más guapo»; pero también está el jardín de infantes, que en Argentina, Bolivia y Nicaragua, entre otros, es lo que para nosotros es el jardín de niños; además, tenemos la corona de infante, descrita por la Real Academia de la Lengua Española —RAE— como semejante a la imperial, pero sin diademas; y, hablando de realeza, es imposible dejar de mencionar a las infantas Elena y Cristina, hijas de los reyes Juan Carlos y Sofía; y, si seguimos nuestro recorrido por España, no podemos olvidar la ciudad de Villanueva de los Infantes, la cual, según un grupo de investigadores de la Universidad Complutense, es el «lugar de la Mancha de cuyo nombre» Cervantes no quiso acordarse; aunque, si nos afanamos en la búsqueda, podemos recordar a los Infantes de Carreón, que ultrajaron a las hijas del Cid. Pero, ¿qué es un infante?
Infante puede ser «cualquier niño que aún no ha llegado a la edad de siete años» —definición y clasificación exacta del DRAE. También se le denomina así al pariente del rey —español o portugués— que, por gracia real, obtiene este título.

Por el mismo camino, un infante puede ser cualquiera de los hijos legítimos del rey que nació después del príncipe o de la princesa; pero si alguien nos habla de un infante que haya vivido antes de la época del rey Juan I de Castilla , entonces se referirá al primogénito del rey, es decir, al heredero al trono. Por último, si de lo que hablamos es de un infante en la milicia, nos estaremos refiriendo a la tropa que éste mandaba —es decir, la infantería—; si bien después se generalizó el nombre, llamándosele así a todo soldado de a pie, por contraposición con el soldado de a caballo.

La palabra infante viene del latín infantem, acusativo de infans, que está compuesto por la partícula in-, que significa «no» o «sin», y por fans, participio activo de fari, cuyo significado es «hablar». De esta manera, si infans se utiliza como sustantivo, se refiere a «niño pequeño» y, utilizado como adjetivo, a «pequeño que no habla todavía porque no sabe o porque no puede».

Aunque quizá la raíz de esta definición sea aún más profunda, ya que manifestarnos de manera oral no garantiza en ningún modo ni que nuestra comunicación será coherente ni que nuestra voz será escuchada. Y es en este contexto en el que es probable que a un niño de seis años, que definitivamente ya habla, se le diga infante, y lo mismo puede suceder cuando nos referimos a los títulos nobiliarios, ya que su posición en la línea real es bastante incómoda, al ser hijos de los monarcas, pero no los herederos al trono, lo que mantiene sus voces bajo una escucha sorda.

No obstante, siempre habrá historias que los dignifiquen, como el romance de Los siete infantes de Lara, el cual, junto con El cantar de Mío Cid y el Poema de Fernán González, es de los cantares de gesta españoles más importantes.

De modo que es el silencio el que por raíz se halla en la palabra infante, pero lo cierto es que no todos los infantes callan.