Los grandes dignatarios del antiguo Japón se daban el lujo de vestir hasta quince prendas de seda sobrepuestas, todas de diferentes colores y dibujos armonizantes. Sin embargo, hubo una época en que al pueblo le fue prohibido confeccionar prendas con esa hermosa tela, pero era tanto el atractivo que los japoneses sentían por el suave tejido, que se les ocurrió usarlo como forro en telas de algodón o en ropa interior, para no ser descubiertos infringiendo la ley. Así nació la costumbre que ha perdurado hasta nuestros días, pues aunque no usemos siempre forros de seda, sí los fabricamos en tela muy delgada semejando el valioso tejido.
Cuatro sacerdotes guiaron a ocho tribus en busca del lugar donde construirían su hogar. Tardaron 165 años en hallar la señal de los dioses en el centro de un lago donde, parada sobre un nopal, un águila devoraba una serpiente. Los antiguos llegaron a su destino, lo que ahora es la ciudad de México, pero los observadores se preguntan: ¿viajaron descalzos o calzados? Algunos piensan que su largo caminar lo hicieron sin contar con protección en sus pies, pues se les formó una gruesa callosidad que hacía el servicio de una suela natural. Muchos afirman que aquellos caminantes conocían ya el calzado rudimentario: suela de cuero atada al tobillo con gruesas correas llamado cactli y que ahora tiene el nombre de cacles o huaraches.