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Lupita Garnica (Kalónico)
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Kalóniko (Lupita Garnica)
Durante más de cuatro décadas fue la asistente personal del periodista mundialmente conocido Jacobo Zabludovsky. En ese tiempo aprendió la mecánica del periodismo, misma que aplicó a su afición preferida: investigación de la historia de la indumentaria. En Televisa creó y dirigió una serie de cápsulas acerca de la historia del traje, transmitida tanto en Televisa como Galavisión con cobertura internacional. Produjo un videocasete sobre la historia del traje con tres horas y media de duración.
En prensa publicó artículos acerca de la historia del traje ilustrados con diseños suyos en los diarios Novedades, Ovaciones, El Heraldo de México, Summa y colaboró en el periódico Reforma con una columna semanal que también fue subida a Internet con el título de Moda y Vanidad, durante más de diez años. Sus artículos fueron solicitados en las revistas: Varón, Vogue, Hombre Saludable, Voices of México (en inglés), la revista Carolina y la revista española Dunia.
Ha editado en México el libro “La historia del traje“ con Editorial Diana, ahora de Planeta, y en España “Caprichos de la moda“ con la Fundación Hispano-Mexicana Castilnovo, Madrid 2011. Libros inéditos: “Trajes típicos de las Américas“, “Diccionario del vestuario“ y “Así te ven, así te tratan“. Actualmente vive en Benidorm (Alicante) España y es coautora del blog:
www.kaloniko-nykur.blogspot.com
Diseñadora de modas, de todos sus dibujos y de las portadas de cuatro libros y un disco LP.
Moda y Vanidad llegan ante mi hablando con entusiasmo acerca de Bulgaria y, como siempre, Vanidad acaparó la conversación diciendo lo siguiente: “Entre fronteras o cercanías de diversos países es muy común notar influencias tanto de un lado como del otro, ya sea en vestuario o en artesanías”.
Moda, por su parte, dijo: “Pero es muy raro hallar similitudes entre países divididos por el mar, como es el caso de México y Bulgaria, donde las analogías en sus tejidos son verdaderamente sorprendentes. Los tapices o alfombras que los búlgaros usan desde tiempos muy remotos, son muy similares a los sarapes o jorongos que en México hacen en la región de Saltillo, Coahuila o Chiconcuac, Estado de México. La combinación de colores en sus tejidos es tan parecida que puede uno imaginar que sus confecciones están realizadas por individuos con la misma sensibilidad”.
“Debo agregar –añadió Vanidad- que Bulgaria es un país donde las tradiciones son manejadas hábilmente por las abuelas, haciéndolo fiel amante de sus costumbres ancestrales y lo demuestran en los muchos pueblos que aún visten cotidianamente los ropajes populares, además de los que lucen en las festividades celebradas en cada pueblo.
Aunque el vestuario típico es muy variado, no dejamos de notar, Moda y yo, dos elementos muy característicos: el delantal llamado PRESTILKA y la hebilla metálica denominada PAFTA”.
Moda tomó la palabra diciendo: “Las bragas largas bordadas en las orillas son usadas por algunas aldeanas. Encima de ellas llevan una camisa también larga colocando posteriormente una especie de abrigo ajustado a la cintura. Todas estas prendas tienen diferentes alturas para lucirlas como un conjunto vistoso”.
“Estoy de acuerdo –afirmó Vanidad- pero aclaro que el traje popular búlgaro usado por los varones, carece de la variedad que reviste la indumentaria femenina. Sin embargo, son muchos los modelos que tienen, entre ellos el que consiste en: pantalón de lana gruesa color oscuro, chaleco acolchado con pespuntes, adornos que le restan severidad, camisa fabricada de cáñamo, lino o algodón, también ornamentada con pespuntes y pequeños bordados, la tradicional faja llamada POYAS y los TSARVULI, que son zapatos muy burdos de piel. Las piernas son cubiertas con el NAVOI, consistente en una tela de lana enrollada y ajustada con cintas. Remata el atuendo el gorro KALPAK, que por lo general lo hacen de piel negra de oveja”.
Pero ambas deben saber que los chalecos masculinos son muy populares en Bulgaria y me inspiré en ellos para diseñar este traje de dos piezas: falda y chaleco en lana blanca. El chaleco va adornado con ribetes de raso azul marino y botonadura. Un pequeño alamar complementa el adorno del chaleco repitiéndose en la falda. Un traje con el carisma que guarda la historia.
-¿Saben ustedes, queridas amigas? -les pregunté a Moda y Vanidad con la intención de que parasen una discusión que habían iniciado cuando se presentaron ante mí. –¿Qué cosa? –dijeron al unísono.
-Pues les diré: el país que más me gusta es Grecia, el país de los tres mares, donde las islas del sol llenan a sus habitantes con una máxima extraña vitalidad, donde la Acrópolis nos recuerda el esplendor de la Grecia antigua, y donde los guardias de honor presidenciales nos hacen pensar que no ha transcurrido el tiempo en aquel lugar.
“La verdad -dijo Moda- todo su entorno es muy bello, Grecia es un país donde gran parte de sus pobladores son agricultores, pastores o pescadores, que se han resistido a aceptar la civilización automatizada como parte de sus vidas. Muchos de ellos prefieren mantener vigentes sus tradiciones“
“Sí, -intervino Vanidad- pero no puedo resistirme a contarte acerca de los vestidos típicos femeninos griegos que tienen gran variedad, hay dos prendas que son muy características: el chaleco largo y las hebillas circulares, muy parecidas a las búlgaras. Los bordados dorados también son muy comunes en su vestuario popular, me encanta“ –terminó diciendo Vanidad.
“Y algo muy curioso que noté -agregó Moda- es que en la indumentaria folclórica griega no encontramos vestigios de lo que fuera en tiempos remotos. Sus cuerpos, que en la antigüedad eran motivo de orgullo, tiempo después fueron cubiertos con tres o más prendas, unas más largas que otras para dejar ver los bordados de sus ribetes, ¿qué sucedió con aquellas simplísimas túnicas sólo prendidas con dos broches en los hombros?“. No es muy difícil saberlo –le contesté- pues podemos pensar que surgió el cambio cuando la Iglesia impuso las reglas morales que regirían nuestras vidas.
“Y lo curioso es –explicó Vanidad- que el vestuario que más identifica a Grecia y que ha permanecido a pesar de los años transcurridos, es el de los guardias presidenciales. Los grupos folclóricos aprovechan la originalidad de tales uniformes para realizar sus espectáculos que resultan muy vistosos al tiempo que identifican a su país. Yo lo disfruté en grande“, terminó diciendo entre risas la alegre Vanidad.
Moda y Vanidad por fin se reintegran a nuestras tradicionales conversaciones. Vanidad no pudo evitar su emoción al recordar que el primer lugar que deseó visitar fue Francia. “¡Oh, la, la!“, no dejaba de musitar y entró de lleno a relatar lo que le llamó más la atención:
“Indudablemente lo que más me gustó de la indumentaria popular francesa fue la gran variedad de tocados que, por ejemplo en la región Normanda, llevan las mujeres en días de fiesta. Me recuerdan los enormes armazones que la reina María Antonieta lució en su época.
La moda de aquellos voluminosos tocados fue adoptada por las clases populares llegando hasta estos días para admiración de quienes los disfrutan.
Finas popelinas, encajes, tules y moños, todo ello dispuesto en las más diversas formas que dan muestra de lo que la imaginación, junto con la habilidad manual, pueden lograr“.
“- Para un poco -replicó Moda-, déjame contar algo“. Y así continuó: “Uno de los trajes masculinos más característicos en las aldeas francesas, es el usado por los bretones, especialmente los de Elliant y Finisterre.
Consta de camisa, chaleco, chaqueta y pantalón. La chaqueta va adornada con bordados que cubren la espalda, cayendo en rectángulos simétricos al frente. Las mangas se lucen con puños bordados. El chaleco, por su parte, lleva también bordados alrededor del cuello, haciendo juego con la chaqueta que, generalmente se lleva abierta.
En cuanto al pantalón, el Bragou-Braz es el más popular de aquella región. Es una especie de calzón de paño que llega a las rodillas muy plegado que le da la apariencia ahuecada. Se complementa con polainas. Otro modelo de chaqueta es la que se adorna con dos filas de botones encimados“. Así terminó Moda su recuerdo de aquella visita. Pero Vanidad no pudo detenerse para comentar que no pasaron desapercibidos para ella los perfumes que desprendía el ambiente de cada región que visitaban ¡Qué olores, qué aromas! Y con esa frase se alejó de mi vista.
Mis etéreas amigas Moda y Vanidad han regresado muy felices de su viaje por diversos países del mundo con vestuario nuevo, seguramente por la influencia de los países tropicales que visitaron.
Se llenaron de plumas y parecía que querían emprender el vuelo. Las dos, como siempre, hablaban al mismo tiempo contando sus experiencias. Moda, la más moderada, aprovechó una pausa de Vanidad para explicar lo siguiente:
“A pesar de que la indumentaria del ser humano ha tenido incontables variaciones a lo largo de su historia, en cada uno de los pueblos habitados hay prendas que se convirtieron en permanentes, como son los trajes típicos o folclóricos. Si hablamos de música o danza, sucede lo mismo: la marcha nupcial, las danzas folclóricas, las marchas bélicas, los himnos y un sinfín de temas que evocan una acción o una época y que siempre estarán presentes. Los trajes eclesiásticos tampoco están sujetos a los vaivenes de la moda y qué decir de los perfumes, hay aromas que los humanos jamás olvidarán, y si hablamos de comida, cada región, cada país tienen sus guisos tradicionales“.
Vanidad intervino para comentar que lo que decía Moda llevaba a la conclusión de que cuando el ser humano imprime un significado a las prendas que viste, le está dando “espíritu”, y tal espíritu le dará a su vez permanencia, porque representan su idiosincrasia, su región o su país. De igual manera, interviene el espíritu y simbolismo compenetrados en los trajes eclesiásticos los que le dan también permanencia. El espíritu está presente en todo aquello que nos emociona a los humanos y nos hace sentir bien dejando una marca indeleble en nuestro ser. Por ello gozamos de fiestas haciendo eco de la música, la danza, los trajes y las comidas que nos han sido transmitidos de generación en generación, convirtiéndolos en tradiciones.
Aquí intervino Moda para decir: “Aunque no todos los países tienen un traje típico o tradicional tan particular que se haya convertido en representativo de sus naciones, como lo son el kimono, el andaluz, el de china poblana, el escocés o el holandés, por nombrar algunos, sí hay gran variedad de elementos que identifican su procedencia como los zuecos nórdicos, la boina y alpargatas españolas, las plumas apaches, las boleadoras argentinas y uruguayas o el faldellín de los guardias griegos“.
En este recorrido por países del mundo, mis etéreas amigas Moda y Vanidad, nos muestran la indumentaria tradicional de sus habitantes y abordan también algunos aspectos de sus raíces étnicas para valorar su espíritu luchador y poder así mantener vivas sus costumbres, aún en contra de la modernidad que trata de empujarlos al olvido.
Hay vestidos indígenas que a pesar del tiempo continúan luciéndose en festividades, y en algunos lugares son parte integral de su indumentaria como en ciertas poblaciones de Guatemala y México. Hay otros que sufrieron modificaciones con la llegada e influencia de los colonizadores, pero que tienen un gran valor por el espíritu que supieron imprimirle.
¡Otro año, otro siglo!, gritaron jubilosas Moda y Vanidad, mis etéreas amigas que a lo largo de este camino recorrido por la historia del traje me han acompañado sin dejar de intervenir con sus comentarios sabios, algunas veces, y curiosos otras. Dos seres como ellas que han mantenido el vestir a base de sus caprichos pero dejándonos siempre la opción de poder elegir, merecen nuestro respeto pues en cada prenda creada por ellas dieron las últimas pinceladas, como el sol lo hace sobre cualquier infinito cada día que amanece.
Mis etéreas amigas se han presentado ante mi, transformadas y rodeadas de flores y cautivadores aromas para que yo las recuerde siempre por ese halo de perfume que las envuelve.
-Bueno, dijo Vanidad, ahora que empieza este nuevo siglo creo que nos merecemos unas vacaciones ¿no te parece? -¡Claro que sí, respondí jubilosa!
Moda intervino que expresar su opinión acerca de este siglo XXI:
“Sabrás que los diseñadores que nacieron en los primeros años del siglo XX ya murieron, los de nacimientos más recientes se han retirado, algunos persisten en influir con sus ideas de moda de principio de siglo, y van surgiendo sin mayor impacto los modernos quienes retoman las creaciones antiguas para “modernizarlas“ con los nuevos textiles. Creo –añadió Moda-, que por el momento no podemos influir en esta etapa“.
-“Moda tiene razón –dijo Vanidad-, y es por ello que ahora nos tomaremos un tiempo para recorrer diversos países de este mundo y así disfrutar de los trajes típicos de cada región que visitemos“.
Me encantó la idea de mis etéreas amigas y las esperaré impaciente con lo que al regresar nos cuenten de aquellos lugares que visiten.
Moda y Vanidad no paraban de hablar mal del sexo masculino respecto a su “mediocre” gusto -según ellas- en este Siglo XX. Moda, por fin, se dirigió a mí para comentar: “Cuando existen modificaciones en la moda femenina, generalmente suele ser el largo de las faldas lo que marca la nueva tendencia.
En la masculina, es ante todo el ancho lo que indica la línea moderna, aunque lo largo de la chaqueta y la colocación de la cintura también nos indiquen con sutileza la actualidad de los trajes. Por ejemplo, hace más de noventa años, se notaba cierto gusto por acentuar la cintura en lo alto y acortar las chaquetas. Las solapas se diseñaron anchas y los bolsillos diagonales. Los pantalones se usaron muy estrechos y con valencianas. Las chaquetas informales llevaban casi siempre cinturón y tablas traseras, y las corbatas las lucían muy anchas. A finales de los años veinte la moda cambió haciendo las chaquetas rectas y cortas con tres botones, solapas moderadas, bolsillos de cartera, pantalones rectos con valencianas y chaleco como complemento. Las corbatas, por su parte, fueron estrechas”.
Vanidad a cada respiro de Moda trataba de intervenir, hasta que por fin lo consiguió: “Fíjate que en la década de los cuarenta, la moda masculina se tornó un tanto atlética, con hombros muy anchos, talle alto y ajustado, solapas amplias y pantalones bombachos rematados con valencianas. Te diré que me sentí halagada por la forma en que los hombres aceptaron mis sugerencias”.
Con la influencia de Moda, en los cincuenta, los trajes recuperaron su normalidad, es decir sin exageraciones, pero nuevamente, a los diez años siguientes, Vanidad impuso reducir los hombros y las solapas. Las chaquetas fueron acortadas y los pantalones ajustados. El hombre adquirió un cariz delicado con esa línea, gracias a la depresión que por aquellos años sufría Vanidad. En 1969, la moda masculina aceptó nuevamente caídas naturales, sin excesos, muy parecida a la que se adoptó en 1990.
Como ya mencioné, desde épocas muy remotas la mujer ha utilizado cierto tipo de mensajes para atraer la atención del hombre y éste, por su parte, ha empleado también mensajes pero no siempre dirigidos a la mujer, sino más bien para denotar respetabilidad, y ésa es una de las razones por la que no ha dejado de usar el tradicional traje sastre y la corbata.
Recuerdo lo que Moda me dijo una vez: “He comprobado que tiene más aceptación en el ámbito de los negocios el hombre que luce traje oscuro, camisa blanca y discreta corbata que aquél cuyo vestuario consta de pantalón, camisa y suéter o una chaqueta sport. Mientras más oscuro sea el traje, el mensaje será de mayor autoridad. En cuanto a las camisas que emiten mensajes de confiabilidad, son de colores lisos y sobre todo las blancas. Las camisas de mangas cortas carecen totalmente de proyección ejecutiva. Y si el hombre desea dar a su personalidad un toque “gangsteril” deberá llevar camisa más oscura que el traje, o corbata más clara que el mismo.
Y te diré una cosa, al final de una larga historia del traje, Vanidad y yo hemos apreciado un marcado deseo de la juventud por unificar la indumentaria de ambos sexos mediante la corriente unisex. Esta moda empezó con los pantalones de mezclilla y camisetas, para luego seguir con chaquetas, chamarras, suéteres, tenis y corte de pelo. Y ahora, te hago una pregunta, ¿piensas que la moda unisex haya restado feminidad a la mujer y hecho menos masculino al hombre?”.
Definitivamente no lo creo –contesté-. En nada ha mermado la esencia natural de ambos. Es sólo un intento más de liberación de lo establecido por tantas centurias y nos deja como enseñanza que lo práctico para el hombre lo es también para la mujer, que lo económico para ella lo es igualmente para él, que la comodidad se aplica para los dos y que lo bello radica en cada individuo.
En la década de los sesenta, la moda europea giró en torno de formas simples: faldas rectas o de línea “A”, blusas, suéteres o chaquetas a la cadera, trajes sastre de línea “H”, con largos que rebasaban apenas las rodillas. Los zapatos siguieron dos estilos: con punta ovalada o cuadrada.
Y…”¡Arriba las faldas otra vez!”, gritó de improviso Vanidad, mi etérea amiga. “Y ahora sí, en serio”, dijo, agregando que ese fue el nuevo grito de las mujeres en su vestuario a mediados de los sesenta con el aplauso unánime de los varones de la época.
Los viajes espaciales, las historias de ciencia-ficción y las historietas desencadenaron la imaginación de los diseñadores, quienes se volcaron hacia las formas espaciales con modelos geométricos, metálicos, articulados y de plástico como los creados en 1964 por Paco Rabanne quien también los confeccionó en metal y rodio utilizando en lugar de hilo y aguja, tenazas y soplete. Estoy segura que esta modalidad fue idea de Vanidad, quien sabemos es muy dada a la excentricidad que según ella sólo es originalidad.
Otra novedad que llevó a formar parte de la moda de los años sesenta fue el papel, pues Estados Unidos no sólo logró introducirlo en los artículos de uso efímero como servilletas, toallas y pañuelos, sino que abarcó hasta los vestidos. Así es: vestidos desechables para las damas de gustos volubles. No duró tanto esa moda, ya que ocurrían muchos desaguisados con las roturas y los incendios.
A la muerte de Christian Dior, Yves Saint Laurent se convirtió en el director de la firma, pero en 1962 creó su propia casa de alta costura. Vistió a las mujeres con traje sastre y pantalón para el día y con esmoquin para la noche. Fue el precursor de la línea pret a porter, que da la oportunidad de vestir con diseños creados por los famosos modistas sin pagar el precio de la exclusividad.
Las minifaldas captaron la atención tanto en mujeres jóvenes como maduras de los años sesenta. En 1967 surgió la modelo que revolucionaría la figura femenina, pues lo que por largo tiempo estuvo de moda se tornó de pronto en vulgar y fuera de época.
Twiggy se convirtió en la figura ideal para lucir las minifaldas en una forma elegante. Dado que tal moda discriminaba las curvas insinuantes, las mujeres obesas empezaron a bajar, pero no de peso, sino los dobladillos de sus faldas.
Vanidad, con su aguda voz, me sorprendió al pedir: “Imagínate una pata de elefante. Ahora, a esa pata agrégale unos zapatos femeninos de tacón muy grueso, altas plataformas y de corte chato. ¿Ya lo tienes? Pues así lucieron los pantalones de moda en la década de los setenta. Claro que yo no tuve nada que ver con esa corriente”. Así es Vanidad, ella casi nunca acepta sus desaciertos, pues en este caso el error consistió en que la altura tan desproporcionada que adquirieron los zapatos, provocaron las fracturas en tobillos de muchas jóvenes.
Además de los pantalones pata de elefante que cubrían los zapatos, los chalecos y chaquetillas que llegaban apenas a la cintura, cobraron fama. Los estilos chemise volvieron y la corriente prenda sobre prenda tuvo su muy buena recepción entre la juventud, al asociar blusas y chalecos, blusones ligeros con blusas ceñidas, faldas sobre faldas y todo lo que la imaginación podría crear, sin tomar en cuenta la estética o el buen gusto.
Me recuerda Moda que en esos años surgió el fenómeno punk, nacido en Inglaterra y cuyo significado es “podrido”. En este caso, ya no se trataba de una manifestación juvenil por razones de inconformidad o rebelión en contra de lo establecido, sino de una corriente muy bien dirigida por industrias como la del disco, la cinematográfica y la ropa. Esta vestimenta se tornó unisex y los elementos principales fueron las cadenas, la mezclilla, los teles, los tintes, las camisetas manchadas de sangre, cadenas para perro usadas como collares y un sinfín de artículos de costos elevadísimos.
En 1979, Pierre Cardin lanzó una moda un tanto curiosa: chaquetas con hombreras puntiagudas tipo pagoda. Por otro lado, Chanel continuó con sus clásicos giros, cambiando sólo las telas. “Una moda conservadora que difícilmente podrá ser derrocada”, comentó Moda con tono sabio.
Moda y Vanidad, mis amigas etéreas que me han acompañado a lo largo de esta serie de comentarios, en esta ocasión me ilustraron acerca del tema de los deportes allá por los años 30. Moda explicó que los deportes continuaron marcando las nuevas inclinaciones en el vestir y que, por supuesto, fueron los jóvenes los que marcaron la pauta. Las tenistas que en la década anterior llevaron falda corta y medias, a partir de 1930 decidieron usar shorts, mismos que tuvieron gran acogida para cualquier tipo de actividad informal. Vanidad pidió contar lo siguiente: “En una competencia de tenis en Wimbledon, Inglaterra, una famosa jugadora se atrevió a presentarse al juego sin medias, ¡imagínate la conmoción entre los moralistas! Pero como se trataba de una estrella del tenis, todas siguieron su ejemplo. Y aquellos detractores de las novedades sólo alcanzaron a decir que nunca en el proceso de la moda se había visto un cambio tan vertiginoso en la indumentaria de la mujer como en el lapso de 1910 a 1930”.
Las ciclistas también adoptaron los shorts, mientras que las patinadoras llevaron primero blusa y falda acompañada hasta las rodillas, para luego hacerla más corta. De esta forma tomó auge la moda deportiva, aplicándose sin restricciones. Y fue precisamente en esta etapa cuando el pantalón empezó a formar parte del guardarropa femenino.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) influyó en gran parte para afirmar el gusto por los estilos deportivos y militarizados. El pantalón siguió ganando terreno, mientras que el sombrero lo perdía paulatinamente. El tejido de punto logró popularidad, convirtiéndose el suéter en la prenda más lucida por la clase media.
Durante los años de la guerra, Vanidad reconoció que el traje femenino carecía de gracia, pues la escasez y la influencia militar marcaron en forma involuntaria la pauta de la moda. En Inglaterra, por ejemplo, crearon una corriente que se ajustaba a los cánones de la utilidad: nada debía usarse si no tenía un propósito. Pareció como si Vanidad se hubiese escondido junto con la extravagancia y lo superfluo.
En Alemania imperó la moda del pantalón, en Francia se hacían populares las faldas anchas y cortas para montar en bicicleta, que era el medio de transporte masivo. En España, en contraste con el resto de Europa, floreció la moda de las chicas “topolino”, coquetas y desenvueltas, que popularizaron los estilos de zapatos topolino, muy altos con suela de corcho.
En aquellos años Moda influyó en el corte de pelo bajo la nuca, pero Vanidad aprovechó la imagen de la actriz Verónica Lake, con su larga cabellera, para hacer que grandes mayorías adoptaran el pelo largo con caída sobre un lado. Claro que pronto se arrepintió porque el cabello largo ocasionaba muchos accidentes entre las trabajadoras de fábricas, pues solía enredarse en las maquinarias que usaban.
Pasados los dramáticos años de la guerra apareció un personaje que revolucionó la moda a fines de la década de los cuarenta, dando nuevamente a la mujer la opción de la feminidad que había olvidado durante varios años.
Christian Dior exhibió en 1947 su colección de primavera con el nuevo “look” o imagen: hombros redondos, talle esbelto y amplia falda larga, a 28 centímetros del piso. El tacón del calzado lo diseñó alto y delgado. Con Christian Dior a la cabeza, la alta costura francesa volvió a ganar prestigio. Su reinado sólo duró diez años, pues murió en 1957, después de presentar sus últimas creaciones: pantalón entubado, falda estrecha y su famoso pliegue Dior.
Moda, mi etérea amiga, señaló que en los años cincuenta emergieron varias líneas, entre ellas la graciosa “trapecio”, la “H” como en los años veinte y la “Y”, con sus prolongados escotes de corte en “V”. Por esos tiempos, Cocó Chanel impuso nuevamente sus clásicos estilos. Vanidad intervino para decir: “…recuerden que las faldas volvieron a subir a 40 centímetros del suelo, aunque claro, también se usaron las que sólo subían 24 o 28 centímetros. Y, como siempre, todos los cambios de principios de la década tardaron en difundirse y tener aceptación en las grandes masas”.
En América se mantuvo durante larga temporada la corriente conservadora de los estilos camiseros, que colocaron la cintura en su lugar y las mangas fueron diseñadas con variedad de estilos como las tres cuartos, las cortas o las japonesas; la botonadura por delante y los largos a media pierna. También se diseñaron en América la mayor parte de las faldas clásicas que lucimos ahora.
Asimismo se introdujeron los suéteres de orlón, con mangas cortas o largas, los de corte dolman o con sisa, los cuellos volteados y los redondos o de tortuga. Los pantalones llamados slaks se volvieron clásicos a través del tiempo. Por último, las chaquetas sport cobraron fama en esa época para quedarse, por lo visto, permanentemente.
Vanidad, con voz exaltada por la emoción, comentó: “Cuero, mezclilla, botas y motocicleta fueron los elementos que marcaron la época y la indumentaria juvenil masculina de finales de los años cincuenta. A mediados de esa misma década empezaron a surgir actrices como Marilyn Monroe, Jane Mansfield y Jane Russell que, gracias a mí, dieron el toque “sexi” al vestuario femenino. Pero con la aparición en escena de Elvis Presley en América, el fenómeno musical llamado rock hizo cambiar el vestuario de las jóvenes, quienes se volcaron por las faldas amplias con crinolinas, faldas dobles y pantalones ceñidos, unas veces largos y otras cortos… ¿qué te parece? Y luego llegaron los beatniks: chicos con expresiones bohemias y existencialista que invadieron bares, cafeterías y plazas de todo el mundo luciendo pantalones de mezclilla, camisas de algodón, chalecos, chamarras y sandalias”.
Vanidad se regocijaba cuando me contó que un nuevo tipo de mujer hizo su aparición en la segunda década del siglo veinte, pues olvidó sus características líneas curvas para ocultarlas bajo los cortes rectos que la convirtieron en la juvenil y fresca dama de los veinte. Moda, por su parte, agregó que la moda de aquella época giró en torno a formas geométricas.
Las faldas y blusas se convirtieron en rectángulos, como salidas de una pintura de Leger, mientras que los estampados o tejidos parecían cuadros de Mondrian o Klimt aplicados a los vestidos femeninos diseñados por madame Schiaparelli y otros que siguieron su corriente.
Los bordados, aplicaciones, pliegues y alforzas llegaron a romper un poco la monotonía de los cortes rectos, sin hacer a un lado la moda casual, con menos restricciones en el uso de vestidos para determinado horario u ocasión. Había más libertad, tanta que las prendas características de hombre fueron tomadas por la moda femenina: el estilo unisex se empezaba a gestar allá por 1927. Y, me entero por Vanidad, que fue en Inglaterra donde los grupos juveniles comenzaron a unificar cada vez más su apariencia.
Moda tomó de nuevo la palabra para decir: “Hubo una época en que los diseñadores de moda dictaban e imponían sus creaciones, pero después de la Primera Guerra Mundial el cambio hacia lo práctico y cómodo fue la exigencia de la clase media, la que poco a poco se iba convirtiendo en mayoría.
Muchos de los famosos diseñadores que alcanzaron su auge en 1910 cerraron sus puertas por no ir a tono con el llamado de la sociedad; en cambio, surgieron al mismo tiempo otros como madame Schiaparelli, quien introdujo la moda para la clase media trabajadora”
El reconocimiento hacia la clase media hizo que las fibras textiles sintéticas se convirtieran por esa época en lo máximo para la moda, pues con la misma apariencia se podían adquirir los trajes a un precio ínfimo, comparados a los de fibras naturales.
En la difusión masiva de la moda a partir de los años veinte intervinieron eficazmente dos elementos: el correo y la cinematografía. Gracias al servicio postal, los habitantes de las más remotas aldeas o haciendas podían enterarse del ritmo mundial de la moda, y no sólo eso, sino que por el mismo medio obtenían la ropa que deseaban. Moda recordó que los catálogos de moda para venta por correo comenzaron a publicarse en 1872, logrando su verdadero éxito a principios del siglo XX.
“No te imaginas -intervino Vanidad- la impaciencia con la que los habitantes de lugares apartados de la ciudad, esperaban los catálogos que en determinada forma los trasladaban como por encanto al mundo de la gran metrópoli con sólo hojearlos“.
Moda volvió a comentarme: “También por aquellos años los diseñadores de modas tuvieron a su servicio un nuevo medio de promoción: el cine. Las actrices se convirtieron en las modelos que propagaron las creaciones modernas de los vestidos, y bastaba sólo, que la Dietrich o la Garbo lucieran un sombrero de ala corta ladeado y un abrigo de tweed, para que toda esa temporada fuesen usados por la mayoría de las mujeres con alto poder adquisitivo. Y si caminas un poco hacia tu época, verás que no ha cambiado mucho la práctica, pues las corrientes hippie, punk, rocker o pop han guiado a ciertos núcleos de población gracias a los medios electrónicos de diversión”.
La moda femenina de los años treinta tuvo sus variantes en cuanto al largo de las faldas y los escotes. Desde 1929, en París ya habían bajado el dobladillo hasta el final de las rodillas pero en América no adoptaron la tendencia sino hasta la siguiente década, generalizándose así en todo el mundo. Los vestidos se hicieron rectos pero delineando las formas naturales del cuerpo, lo que hacía ver a las mujeres más femeninas. El escote prolongado en la espalda, aún en vestido de día, le dio el toque sensual característico de la tercera década de nuestro siglo.
El agua como elemento de limpieza ha pasado por largos periodos de grandiosidad y otros de decadencia. Moda nos recuerda que las termas romanas gozaban de gran fama y que una ley espartana, hacía obligatorio el baño frío, pero que en los siglos XVII y XVIII ese hábito perdió popularidad, reemplazando la pulcritud por el olor a perfumes, los que cobraron gran fama gracias a Vanidad.
Llegó el siglo XX y las playas y balnearios de todo el mundo comenzaron a verse saturados con la nueva moda de trajes de baño que, algo discretos, dejaban ver las extremidades superiores e inferiores, dando mucho de qué hablar a quienes gustaban de explotar la crítica.
Vanidad muy jocosa, aclaró que los deportes acuáticos fueron aceptados tanto por hombres como por mujeres, destacando entre ellos el polo, aunque para llegar a practicar ese deporte las principiantes tuvieron que pasar por un lapso de enseñanza como el que vemos en la fotografía de una escuela de natación, allá por el año 1907.
“Otro deporte acuático muy acogido en Europa -agregó Moda- fue el que practicaban sobre caballos de madera, provistos de largos carrizos en cuyos extremos llevaban vejigas infladas”. Riendo, Vanidad interrumpió para decir que lo más chistoso del juego era cuando caían al agua con gran escándalo.
Los trajes de baño no eran sino vestidos cortos con pequeñas mangas y cuellos escotados, pero con el pasar del tiempo fueron diseñados cada vez con menos tela, sin dar marcha atrás en su reducción hasta el presente, cuando pensamos que si continúa la escasez de ropa, terminarán por desaparecer dando paso al nudismo generalizado en playas y balnearios.
Vanidad, muy ufana, contó que 1925 fue determinante para la indumentaria femenina, pues en ese año se acortaron las faldas hasta las rodillas. Una moda revolucionaria que no sólo fue censurada en Europa, sino también en América. Riéndose, dijo Vanidad, que causó tal impacto que hasta el arzobispo de Nápoles de aquella época se atrevió a decir que el terremoto en Amalfi había sido un enojo de Dios, consecuencia de aceptar las faldas cortas en el vestuario femenino. Moda también recordó que los legisladores de varios estados de Norteamérica trataron de imponer su criterio moral, como en el caso de UTAH, donde fue presentada una ley que imponía multa y encarcelamiento para las atrevidas damas que usaran en la calle faldas que llegaran más arriba de 7.5 cms. de los tobillos. En Ohio no se quedaron atrás, proponiendo también que se prohibiera a cualquier mujer de mas de catorce años de edad lucir faldas que no bajaran al empeine. Desde luego que tan descabelladas propuestas nunca fueron aprobadas.
Otro de los cambios en la indumentaria femenina de aquella década fue la transformación del corsé en brassiere largo y posteriormente en el bandeau, o sea el sostén. Asimismo desaparecieron los ropajes interiores para quedar sólo en un fondo, el sostén, bragas y portaligas para medias que, con la revolución de la edad del plástico, cambiaron de seda natural a la artificial de color carne. También elevaron y adelgazaron los tacones de las zapatillas, y apareció a un tiempo el maquillaje llamativo con bocas rojas que sostenían en ocasiones una boquilla, ojos sombreados bajo cejas depiladas y un corte de pelo a lo “garçon”.
Moda, haciendo gala de su sabiduría expresó: “Fue Madeleine Vionet quien inventó el corte al bies, dando nueva dimensión a los vestidos creados por ella y que rápidamente fueron imitados por otros diseñadores. Las caídas naturales en olanes se hicieron tan populares que han resistido al tiempo”.